25. ¿A quién le importa?

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LAURA

Despierto con el sonido del despertador. Siento el cuerpo de Nico abrazar el mío, su cabeza queda sobre mi abdomen, sus brazos rodean mi cintura y los pies le quedan fuera del colchón. Sonrío por la euforia que siento en mi interior. He hecho las paces con Nico. Le he perdonado, más por el egoísmo y la esperanza de que él me perdone a mí llegado el momento. Por eso y porque en realidad le entiendo.

Puede parecer horrible, pero entiendo que sintiese miedo. Y entiendo que no quisiese tirar por la borda algo cómodo y conocido, por algo que puede ser simplemente pasajero. Yo no sé qué habría hecho en su situación. De hecho, lo mío es peor. Quizá no tengo una relación al uso, pero estoy prometida en matrimonio con alguien a quien no sé cómo voy a quitarme de encima.

¿Qué debo hacer? Porque por un lado miro los rizos de mi adonis particular y quiero romper mi silencio, contarle mi verdad y...

¡Dejar que salga huyendo!

Puede que por egoísmo puro decida quedarme callada solo un tiempo más, hasta que nuestra relación se estabilice y coja fuerza. Una que no se pueda romper con mis secretos y mentiras. ¿En qué me convierte eso? En alguien mucho peor que él. Eso seguro.

Noto que se mueve despacio. Sus labios sellan nuestro amor con un beso en mi vientre, una noche que, aunque no ha sido sexual. Ha estado cargada de besos, caricias y abrazos. Es la primera vez que compartimos cama sin tener relaciones, pero entre sueños nuestros labios se buscaban y nuestras manos se tocaban mutuamente.

Con mis dedos juego entre sus rizos. Algo que se me antoja una costumbre.

— Buenos días, princesa —me dice y me hace cosquillas en el vientre con su aliento.

— Buenos días, mi amor.

Sonrío por llamarle así. De pequeña soñaba despierta, que llamaba así a mi marido, novio o quien estuviese a mi lado. Y con él me sale tan natural...

Repta por mi cuerpo haciendo que rompa en risas y sube hasta que su rostro y el mío están a solo un centímetro. Un cosquilleo me recorre entera y no puedo más que besar sus labios.

— Tenemos que levantarnos —le digo.

— Uhumm —hace un sonido extraño y besa mi cuello— déjame solo cinco minutos más.

Acto seguido escucho como se ha vuelto a quedar tremendamente dormido.

Me levanto, me doy una ducha, me pongo una camiseta de Nico y un bóxer suyo que me queda genial. Me miro al espejo y cepillo mi pelo. Voy a la cocina y me pongo a preparar el desayuno. Hay plátanos, en un armario avena... ¡Genial! Tortitas de avena y plátano. No soy buena cocinera, pero hay cosillas que sé hacer.

— Buenos días —el yayo, está en la puerta con una sonrisa en la boca—. Veo que anoche limasteis asperezas.

— Sí, gracias a ti —le doy un beso y le saco los colores—, eres el mejor yayo que alguien puede tener.

— Eres muy exagerada. Yo no he hecho nada.

— Puede que hablarme con la verdad y darme aliento para luchar.

— Ufff, que intensita te pones por las mañanas ¿Eres siempre así? —me arquea una ceja y como sé que está de guasa me río. Él se ríe conmigo.

— Venga a desayunar.

— ¿Y mi nieto?

— Voy a despertarlo —salgo de la cocina dejando al yayo tomando un vaso de leche y unas tortitas.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora