4. El comienzo de una nueva rutina

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NICO

— ¿Café? —miro a Laura que me ofrece un vaso— con leche desnatada del tiempo y dos de azúcar en terrón — ¿Cuándo ha descubierto que me gusta así? Le veo que me guiña el ojo y me hace gracia— ¿Y?

Tomo el vaso caliente entre mis manos y soplo un poco dentro, miro a mi compañera que se sienta frente a su portátil con otro café en la mano y necesito descubrir cómo han pasado dos semanas y ni siquiera sé cómo le gusta el café.

— ¿Cómo te gusta el café? —me mira por encima del portátil y levanta una ceja. Ese gesto me lo hace a menudo cuando no le cuadra algo— Es que me lo has traído justo como me gusta y yo ni siquiera sé cómo te gusta a ti.

— Soy observadora. No te preocupes.

Sigue mirando su pantalla.

— En serio, Laura ¿Cómo te gusta? —vuelve a mirar por encima de su pantalla y me sonríe. Tiene una sonrisa pegadiza. De esas que, si se ríen, te ríes y si me sonríe me destenso. Da igual si estoy agobiado o no, me relaja sobremanera que me sonría mientras me mira a los ojos.

— Bueno, me gusta el café con leche, con un chorrito de vainilla, dos de azúcar y dos gotas de Brandi.

— ¿Brandi?

— Claro, he descubierto un alijo de eso en las puertas de debajo del lobby de café.

— ¿En serio? —Ahora soy yo quien le arquea una ceja en señal de incredulidad. ¿Cuándo esta mujer descubre todas esas cosas?

— Claro ¿Quieres verlo? — ¿Quiero verlo? Encojo mis hombros y se levanta. La sigo al pequeño cuarto que tenemos para tomar café. Ahora no hay nadie y en la terraza hay dos chicas fumando que nos miran con interés.

Laura se agacha y abre dos puertas, me asomo y veo efectivamente dos botellas.

— Me han dicho que la gente puede traer cosas para compartir con los demás o para tenerlas aquí y disfrutar... de sus momentos —lo dice entre susurros y entrecomillando.

— Pues aquí hay gente que disfruta de lo lindo —ella se ríe y por consiguiente me arrastra a mí con ella.

— Vayámonos antes de que un jefe nos pille por aquí.

— ¿No se supone que esta sala es para descansar y tomar café?

— No creo que sepan lo que hay ahí. Créeme que rodarían cabezas si se enteran —me dice de nuevo riéndos.

— ¿Tú crees? —me mira y pone los ojos en blanco momentáneamente para continuar andando. Vale, entendido, pregunta ridícula —¿Por qué crees que nos miran esas dos? —le digo de repente.

Laura se gira y mira de reojo antes de salir.

— Quizá porque llevas dos semanas con el mismo traje chaval —me da dos palmadas en el pecho y noto como mis mejillas se encienden.

No sé si del toque que me ha dado, que me ha gustado, por cierto, o de la vergüenza de saber que llevo dos semanas con el mismo traje. Volvemos a nuestra mesa. Y ahora tengo la sensación de que todo el mundo me mira.

— ¿Tan mal está lo del traje?

— ¿Es que no tienes otra cosa que ponerte? —llegamos a la mesa y se apoya sobre ella en lugar de sentarse mirándome intensamente.

— Bueno, vaqueros y camisetas oscuras. No creo que sean muy de abogado.

— Yo no me visto muy de abogado —la miro de arriba abajo. Es cierto. Nunca lleva falda, siempre vaqueros muy ajustados y la mitad, rotos. No usa camisa, si no, camisetas con dibujos bastante llamativos. Su pelo peinado siempre perfecto y su maquillaje de pija, no pegan con su look, igual que esos zapatos de tacón que siempre lleva y que la hacen diferente.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora