9. Pedir disculpas no es lo mío

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LAURA

Le he llamado mil veces. Me tiré todo el domingo por la tarde marcando su estúpido teléfono. Y no se ha dignado en cogérmelo. Bueno, debo decir en su favor que me porté horrible con él. Pero ¡Joder! Solo quiero pedirle disculpas.

Le veo entrar por la puerta. Trae una de las camisas que le compré con unos pantalones de traje con pinzas preciosos. Está imponente y solo me apetece morderle. Sí, morderle. ¿Qué le hago?

— Hola ¿café? —me mira de arriba abajo y arquea una ceja. ¿Indiferencia? ¿A mí? Yo soy la reina de la indiferencia. Le sonrío, pero ni con esas. Pasa de mí. Me rodea, no contesta y se va directo a su mesa.

— Nico, ¿podemos hablar? —no me mira y enciende su ordenador— Por favor Nico. ¿Puedes al menos mirarme?

Levanta la vista y me mira. De nuevo repasa mi cuerpo enfundado en este traje de chaqueta y falda en el que me embutido para lo de la dichosa imagen de la empresa. El socio de Nueva York, Berlín o donde sea, debe estar a punto de entrar y yo sigo aquí intentando que este cabezota me perdone.

— Puedo mirarte —me dice seco ¡Mierda! Y ahora quiero matarle. Juro que cuando le sala la vena chula puedo... —, puedo escucharte también. No quiero café, ya me lo he tomado. ¿Contenta?

— No —me mira de nuevo y estoy temblando. Nunca me he sentido tan mal con nadie. Nunca he sentido esta necesidad de ser perdonada y redimida— Por favor hablemos, déjame expl...

— No tengo nada que hablar contigo. Somos simples compañeros de trabajo. Gracias a Dios no compartimos tareas. Céntrate en lo tuyo y yo me centraré en lo mío. Listo. Arreglado. ¿Ves qué fácil?

— No es tan fácil. Yo...

— Buenos días —mi padre hace acto de presencia, Nico se pone en pie y yo me giro a mirarle. Viene imponente como siempre. Y viene hacia nosotros.

— Me alegra ver que mi hijo ha sabido hacerse entender con el tema de la presencia.

Agacho la mirada, pero Nico le mira a los ojos. Me alegro de que al menos él esté bien con esto.

— Necesitaremos a alguien que nos lleve el café —mi padre me mira y resoplo. ¿Está hablando en serio? ¿Me van a tener de camarera?

— Señorita Villanueva usted será perfecta.

¡Mierda!

— Yo...

— ¿Algún problema? —mi padre me arquea una ceja a lo que niego con la cabeza— Me alegro señorita. Venga conmigo. Los demás... ¡A trabajar!

Miro a Nico que ni se molesta en mirarme y se sienta a seguir con lo suyo.

— ¿Qué pasa con el señor García? —me dice mi padre nada más cerrarse las puertas del ascensor

— No te entiendo.

— ¿No me entiendes? Esta mañana a primera hora, pidió en recursos humanos que en la medida de lo posible no tuviese que coincidir contigo —Qué ha hecho ¿qué? —, que quiere trabajar solo y que de ahora en adelante prefiere evitar el contacto con la señorita Villanueva, que es —mira la pantalla de su teléfono—, leo textualmente, una mala compañera, grosera y maleducada.

Me apoyo en la pared del ascensor. ¡Joder! La cagada es más gorda de lo que pensaba. Y el chico tiene huevos.

— ¿Y? —la puerta se abre y me conduce hasta su despacho— ¿Estoy esperando Laura? ¿Qué pasa con el señor García?

— Papá, la semana pasada me sacó un poco de mis casillas con su perfeccionismo —más bien me llevo al cielo con su perfecto ser— y le contesté mal —más bien le menosprecié como si fuese un perro—. He intentado pedirle disculpas esta mañana, pero ha sido imposible.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora