36. Siempre serás una McFarland

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NICO

Nunca, en mi vida he estado en casa de los McFarland. Pero este casoplón de la mega hostia es... indescriptible. Está situado en un barrio de los más pijos de Madrid. Solo entrar con el coche de Rober me ha dado vergüenza. Es un seat Ibiza de hace más de veinte años. Y no es que se conserve estupendamente que digamos. Entre eso y el ruido que hace el motor, porque es diésel. Parece que era un camión... mini.

Laura está de los nervios, se ha peinado como veinte millones de veces frente al espejo. Se me hace mentira que ayer mismo llevaba más de un año sin verla, sin olerla, sin sentirla y solamente viviendo de un recuerdo lejano que me hacía más daño que otra cosa. No estaba en mis planes volver a verla, ni buscarla. No estaba en mis planes besarla o hacerle el amor como lo hemos hecho. Mis planes eran sencillos.

Me autodestruiría en mi mísera existencia hasta el final de mis días. Puede que algún día cuando el Alzheimer se apoderase de mi viejo cerebro, quizá pudiese volver a ser feliz. Pero, el amor tiene las patas cortas y a pesar de ello siempre te pilla. No siempre acaba bien, no siempre te da la felicidad pero que te atrapa, te atrapa.

Las verjas de esta casa, me recuerdan las mansiones tétricas de las pelis de miedo que veía de adolescente cuando mi abuelo se dormía. Luego yo no podía conciliar el sueño y me iba al instituto con unas ojeras que dolían, incluso.

— ¿Estás lista? —Laura, parece una niña pequeña con miedo. Un miedo atroz.

Con mis dedos doy al botón que nos anuncia a quien está en el interior de la casa a la que hemos llegado. La mano temblorosa de Laura entrelaza sus dedos con los míos que aprovecho para rodear sus hombros y besar su cabecita, quizá así le dé algo de aliento.

— Gracias por acompañarme. No me siento con fuerzas. Yo creo que he perdonado a mi padre, pero no sé si él me ha perdonado a mí.

— No lo conozco mucho, pero, diría que no te guarda rencor. Yo no lo haría, solamente has luchado por ti, por tu felicidad.

— Fui muy egoísta, Nico.

— ¿Egoísta? ¿Tú? —tomo su barbilla y la levanto para que me mire a los ojos— ¿Por no querer casarte con un imbécil y atar tu vida, solo para mantener el honor de tu padre intacto? Eso no es ser eg...

— ¿Sí? —una voz del otro lado del altavoz nos corta la conversación.

— Hola Mara, soy Laura.

— ¡Oh! Mi niña Laura, pase —el interfono suena y la verja se abre lentamente.

— ¿Ves? —Laura me mira con una tímida sonrisa.

— Mara siempre me ha adorado, por ser la única niña de la casa. Ella no es mi padre.

— Bueno, ¿Qué puede pasar? —me encojo de hombros y ella resopla quitando un mechón rebelde de pelo rosáceo de su cara.

Seguimos el camino de piedras. Hace bastante frío porque es 25 de diciembre, pero las manos de Laura sudan como si estuviésemos en el trópico. Antes de terminar de recorrer el camino de piedra la puerta de la casa se abre y la que debe ser su madre, o eso creo recordar ,sale corriendo vestida con un elegante traje. La mujer se quita los tacones y viene hacia nosotros. Laura frena de golpe y deja que la mujer choque contra ella con los brazos abiertos.

Veo como Laura se aferra fuerte a ella y comienza a llorar. Bueno, comienzan a llorar. Las dos. Podría decir que no me afecta, pero un nudo se implanta en mi estómago al verlas. Desde la puerta un abatido señor McFarland se sujeta de sus dos hijos Roy y... Charlie creo recordar. No coincidí demasiado tiempo son él. Definitivamente no creo que El padre de Laura le guarde rencor o la odie, como ella cree. Creo más bien que la quiere por encima de todo. Como un padre debe hacer.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora