16. La delgada línea entre el sexo y el amor

23 8 12
                                    

NICO

Tiene la mirada triste, está abrumada y yo... algo borracho. No saber de ella, pensar o imaginar todo lo que dentro de ese despacho estaba pasando, me mataba. Nunca he tenido tanta ansiedad y luego, no responder a mis llamadas.

Mi cabeza ha empezado a dar vueltas y vueltas. He llamado a Rober y me ha llevado por ahí. A beber principalmente.

"Esa mujer tiene un poder muy grande, y se lo has dado tú. Tiene el poder de destruirte, tío".

Me ha dicho, tiene razón. La veo y me muero por besarla, por quitarle lo poco que tiene puesto.

— Ya me visto —me dice. No quiero que se vista, quiero que se quite lo poco que lleva y que hagamos el amor toda la puta noche.

— ¿Qué haces? —la detengo. No voy a permitir que se vaya. Ya no solo por las ganas que le tengo si no porque necesito respuestas.

— Lo siento, yo... solo era una partida de tute. Iba a irme enseguida... —¿Tute?

— No te vayas ¿no querías hablar? —asiente insegura— Pues hablemos —sentencio.

Pero no hablo. Me acerco despacio, con mis dedos engancho una tira de su sujetador y lo quito de su hombro. Beso la piel aterciopelada que me cosquillea en los labios. Huele a una mezcla de su perfume y el olor de mis camisetas recién lavadas. Y es un olor tan perfecto.

Su boca suelta un leve gemido, miro su rostro y ha cerrado los ojos degustando el roce de mi piel con la suya. Quito el otro tirante y dirijo mis manos a soltar su sostén. Este cae al suelo y sujeto sus pechos con mis manos. Los amaso y dejo besos por su cuello. Delicioso.

La locura me invade y muerdo su cuello como si de Drácula se tratase. Ella enreda sus finos dedos en los rizos de mi pelo y tira de él.

La empujo para sentarla en la cama y ella obedece. Me arrodillo frente a ella como si fuese su discípulo, su adepto, su más fiel seguidor. Y es que, la cruda realidad, demuestra que lo soy. Su olor corporal invade mis fosas nasales y cual depredador hambriento voy dejando mordiscos por donde pasa mi boca. Comienzo en el cuello, sigo por la clavícula, llego a un pecho y mientras lo rodeo con mi mano, lo lamo y muerdo el pezón. Bajo por el abdomen, lamo y muerdo, no discrimino ni un centímetro de su piel. Creo que algunos mordiscos le van a dejar marca, pero ella se arquea y gime pidiendo más.

Llego rápido a su bajo vientre, noto un ligero temblor de anticipación por su parte. Sin darse cuenta abre las piernas un poco más invitándome a bajar más. Muerdo sobre la húmeda tela de las braguitas y con mi lengua recorro el borde de la goma, colándome tímido y llegando a probar el néctar de su excitación.

Amargo y dulce, salado y sabroso. Mi entrepierna ruge por estar prisionera de un pantalón que prieta a cada segundo más. Pero voy a disfrutar de ella un poquito más.

Con los dientes tiro de la tela, duele, pero no importa hasta que la tela cede y baja por sus caderas. Ella levanta el trasero de la cama para ayudarme. Con la misma boca, porque las manos siguen masajeando sus pechos consigo que bajen y escurran hasta el suelo. Con mi boca dibujo un reguero de besos subiendo por el interior de los muslos. Me adentro en su sexo, lamo, aspiro, lamo, absorbo. Ella cada vez se arquea más, su agarre sobre mi pelo es cada vez más intenso y no paro, aumentando la intensidad de mi boca y los movimientos de mi lengua hasta que un grito ahogado llega a mis oídos, toda ella tiembla y me bebo todo ese manjar que es ella. Cuando su cuerpo se relaja, me incorporo y me tumbo sobre ella besando su boca que me recibe hambrienta.

Nuestras lenguas juegas y bailan a un son que desconozco. Es un ritmo suave pero frenético. Ella sube la pelvis para chocar con la tela de mis vaqueros. Sus manos dejan mi pelo y liberan mi excitado miembro que sin esfuerzo alguno se cuela en su interior produciendo que las uñas de Laura se claven en mi espalda y sus dientes en mi labio inferior.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora