Capítulo VIII

826 93 42
                                    

Lara recargó la cabeza en su palma, vagaba dentro de sus propios pensamientos, no le importaba que su café se estuviera enfriando; llevaba media hora observando hacia la nada desde que llegó a esa cafetería francesa. Eran demasiados los pensamientos que agrupaban su mente de ese día, lo tenía tatuado con fuego en el pecho, todavía percibía el ardor de la herida que ahora adornaba sobre las primeras costillas. Le mintió a su mejor amigo y a la misma Helena porque sí fue agredida por su ex. Por lo tanto, no era para menos que se sintiera así, sólo habían pasado unos cuántos desde que terminó su relación con Ericka, todo lo que conllevó e inició su terapia psicológica, desarrolló sensaciones confusas y que le tomaría tiempo acostumbrarse a conocerse. Su aprendizaje sería nuevo, como si a penas estuviera iniciando todo en su vida siendo esta una adulta de treinta y cinco años. Se sentía bastante apagada, como si el sentido de su vida hubiese desaparecido, casi no le generaba gracia nada como antes, necesitaba volver a acostumbrarse a la soledad y disfrutar de ella para poder seguir adelante.

Flashback:

No llevaba mucho de haberse despedido de su compañera, nunca imaginó que invitarla a un café con pastel, iba a tener como resultado una charla interesante y para nada tensa, esa mujer le pareció increíble. En todo el trayecto rumbo al departamento que compartía con Ericka, iba repasando los consejos que le dio Helena, cada una de sus palabras seguían muy frescas en su mente y llenas de razón. No merecía estar ahí, siendo agredida cada vez más por la mujer que decía amarla, ningún desplante, o falta de respeto se justificaba. Ya no seguiría en ese infierno, lo terminaría esa misma noche, porque su vida —casi literalmente—, colgaba de unos cuántos hilos nada más. Sentía como su pulso iba golpeando alrededor de sus muñecas en cada cuadra que se acercaba, se sofocaba con solo pensar cómo reaccionaría aquella administradora cuando le pusiera punto final a todo. Respiró tan fuerte que casi le provocó una pequeña tos por el aire frío, jugaba con sus dedos golpeando rítmicamente la palanca de cambios, quizá debió ponerle un mensaje a su mejor amiga para que fuera su salvación si todo se salía de control, pero no quería interrumpir su noche con su esposa.

Estacionó el auto, comenzó a mentalizarse que debía mantener su calma lo más intacta posible, Ericka lograba exaltarla cómo jamás alguien pudo. Respiró una más profundo para abrir la puerta del auto, su corazón latente se aferraba a no seguir adelante y su mente indicaba con brusquedad que se callara porque se trataba de su propio bien. Cerró con un tanto brusca la puerta del SUV, acercó su mano en el tablero electrónico para colocar el dedo anular, ingresó cerrando tras de sí, su ceño se mantenía fruncido. Encontró a Ericka ceñida viendo una película con un tazón de palomitas, tan fresca como si recién se despertara, no existía rastro de tener resaca.

—¿Dónde estabas?, hace más de una hora que saliste —le dijo con voz fría a penas notó su presencia. Lara tomó el control remoto y apagó la TV para que le prestara atención—. ¡¿Qué demonios te pasa?!

—¿Qué me pasa? —se rio con ironía—, ¿tienes la desfachatez de preguntarlo?

—Dame ese control, Lara —se levantó para intentar arrebatárarselo sin piedad—. ¿Puedo saber por qué hueles a otra mujer? —con el tono que le hablaba no significaba y el agarre fuerte sobre su brazo nada bueno.

—¡Qué te importa, Ericka! —quitó su brazo con brusquedad— No me trates de cambiar el tema, ¿por qué fuiste a mi trabajo ebria?

—A ti qué te importa —la remedó con burla—, ¿acaso ya no puedo visitar a mi mujer?

—No, no puedes, Ericka —su rostro empezó a arderle—, yo no soy tú mujer.

—¿Qué se supone que significa eso? —empezó a avanzar para encararla, casi le escupía las palabras.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora