Capítulo XIX

892 83 64
                                    

Respiró profundo, no pensó que su confesión, o mejor dicho, admisión para sí misma, saldría en voz alta. Acarició una última vez a Pinky, dándole una pequeña sonrisa bajó las maletas, no tenía por qué avergonzarse a sus treinta y cinco años de sus sentimientos por una mujer tan fantástica como Helena, no significaba el fin del mundo para nadie. Ni tampoco quería decir que sobrepasaría ninguna línea, su amistad era muy importante, nada debía cambiar, incomodar a Helena no estaba en sus planes. Miró a la familia Evans separarse del abrazo su sonrisa permaneció intacta, ayudó a bajar a su inquieto amigo de cuatro patas para que corriera donde se encontraba su dueña.

Lara suspiró proponiéndose disfrutar lo que significaba de verdad una Navidad, dejaría a un lado sus sentimientos—ahora esclarecidos—, quería absorber al máximo cada instante y atesorar en lo profundo de su ser cada minuto. Tenía mucha curiosidad de aprender sobre la cultura latina y, muy importante, no podía desaprovechar probar sus comidas. Arrastrando las maletas se acercó dándoles una sonrisa casi tímida que estaba cargada de agradecimiento por ser recibida.

Por otra parte, Helena se separándose de su familia, dejó un pequeño espacio para presentarles a su compañera y también mejor amiga. Tomando la correa de Pinky, le sonrió segura de que Lara necesitaba saber que todo estaba bien entre ellas. Sí, debían hablar más adelante, pero se encargaría de hacerlo cuando estuvieran a solas.

—Familia, ella es mi mejor amiga, Lara Maxwell —manteniendo su sonrisa le colocó la mano desocupada en su espalda alta—, dejénme contarles que ella es hermana de Reed, mi jefe —orgullo, admiración, eso sentía por la hermana de su jefe.

—De antemano quiero agradecerles su hospitalidad. Para mí es un gusto conocerlos por fin, señores Evans —les sonrió extendió su mano—. Helena me pasa hablando maravillas de ustedes y debo admitir que estaba nerviosa.

—Oh, nada de nervios, no mordemos —se rio el patriarca—. Nosotros somos los agradecidos por su presencia, señorita Maxwell. Bienvenida a nuestro hogar —le estrechó su mano con delicadeza sonriéndole—. Si mi hija no hace la presentación como se debe, yo lo haré —miró divertido a su esposa—. Esta hermosa mujer es mi esposa, Alejandra y yo soy Otto, puedes llamarnos por nuestros nombres.

—En ese caso ustedes pueden llamarme Lara —sonrió apreciando a simple vista que Helena se parecía con demasía a su padre y ciertas facciones latinas como su madre—. Y ellos deben ser los famosos abuelos, su nieta me ha estado abriendo el estómago contándome su habilidad en la cocina —los señores mayores soltaron una ligera risa asintiendo.

—Verás que no me equivoco, Max —le guiñó el ojo abrazándolos por los hombros—. Estos hermosos son Manuel López y Victoria Valladares. Podría decirse que responsables de mi caracter fuerte —los señores volvieron a reírse negando con su cabeza, no recordaban la última vez que habían visto a su nieta feliz y siendo ella.

—No lo dudo  —la ojiazul empleó un español decente, estos se miraron entre sí abriendo los ojos sorprendidos—. Espero no ofenderlos con mi español tan pobre —se rio rascando una de sus cejas.

—Para nada, mi niña —Victoria la miraba de una forma dulce, eso fue algo que tomó por sorpresa a su nieta, no llamaba a nadie más así que a su difunda esposa y a ella—, es todo lo contrario, nos sentimos halagados —su esposo asintió teniendo el mismo presentimiento—. ¿Por qué no entramos? Estaba por empezar a hacer los tamales, vas a salir de aquí deseando comer más —Lara esbozó una sonrisa amplia.

—¿Puedo ayudar? —preguntó sin dobles intenciones—, solo díganme qué debo hacer y con gusto lo haré. Yo soy de las personas que no les gusta estar solo viendo —los padres de Helena se miraron entre ellos asintiendo, les gustaba la ojiazul.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora