Capítulo XXVIII

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Estaba perdida en sus pensamientos, a cada cierto tiempo comenzaba a revivir la escena, debía recordarse a sí misma que ya había pasado el peligro, solo estaba en esa silla incómoda donde permanecía sentada, esperando paciente a que su novia se despertara de la anestesia. Lara yacía boca abajo con el rostro mirando hacia su dirección, los médicos aseguraron así que la sutura no tendría mayor presión gracias a su propio peso y podría "respirar". Helena viéndola así, mal herida por un hombre obsesionado que, disparó a matar porque no aceptaba la homosexualidad, era difícil de asimilar, su mundo se vio despedazado una vez más viendo como se desplomaba en el suelo. Jamás podría borrar de la mente su grito desgarrador y como su rostro se contrajo debido a ello, solo pudo pensar que una vez había perdido a quién amaba. Acarició sus mechones casi rubios alejándolos con suavidad de su rostro, le agradecía a Dios que estuviera viva, tenían una oportunidad más de estar juntas y formar incluso su propia familia.

Por otra parte, no sabía cómo asimilar o pensar sobre el cambio repentino del hombre que era su suegro, Frank Maxwell. Parecía defenderla de los ataques o comentarios soeces que hacia su esposa sobre ella y su relación. O la supuesta mentira grande de la matriarca, Maya, que Reed le recriminó estando a la espera del doctor, ¿qué sería?, pensaba Helena deteniendo sus pequeñas caricias al sentir como una suave mano se posaba sobre la suya. Sus ojos de pronto comenzaron a lagrimear mirando a su novia abrir los ojos poco a poco, sonrió cuando ella sonrió lento debido a su estado adormilado.

—No llores, amor —ronca le pidió acariciando su mano débil, gracias a la pérdida de sangre que tuvo—. Estoy aquí, no me he ido a ninguna parte.

—Es que... —no podía continuar debido al nudo formado en su garganta.

—Lo sé —siguió acariciando su mano, desvió su mirada inspeccionando todo—. Mira el monitor —Helena lo hizo, dirigió su mirada al Holter, su pulso indicaba que estaba normal—. ¿Lo ves? Estoy viva, cielo.

—Sí, lo estás —se rio entre lágrimas tomando más fuerte su mano—. Supongo que debo llamar al doctor, intenta no moverte.

—Aquí estaré, no puedo irme a ningún lado —bromeó tranquila haciéndola reír—. Te amo, Helena.

—Yo lo hago con todo mi corazón y ser lo hago, Lara —la ojiazul asintió viéndola salir casi botando a una enfermera por correr, cerró sus ojos.

Podía escuchar el sonido fuerte del disparo detrás suyo, intentaba comparar la sensación, pero nada se comparaba con el ardor extremo surgir de su espalda y la sensación de comenzar a sangrar sintiendo que algo invadía su cuerpo buscando la forma de salir. Lo demás se volvió completamente negro, quería abrir los ojos y pudo hacerlo, solo sus oídos parecían funcionarle en ese momento, porque no paraba de escuchar los gritos que dio Helena. Posteriormente llegó el silencio absoluto, salvo una pequeña voz que parecía susurrarle al oído—"no morirás, descansa. No luches más"—, había entrado en ese sueño tan profundo que no recordaba nada más. Suspiró profundo, su estómago comenzó a dolerle por estar en una misma posición largo rato, a punto de quedar dormida otra vez, escuchó como se aproximaban voces y se obligó a sí misma a  permanecer despierta.

No quiero discusiones dentro de la habitación. Su hija debe estar calmada, ¿entendido? —Lara adivinaba que era el doctor quién hablaba, le daba curiosidad saber quiénes estaban del otro lado.

Abriéndose la puerta, notó a sus padres, hermano, cuñada y amigos apiñados para entrar a verla. Alzó su mano saludándolos, quería saber que estaba bien, débil, pero lo bien.

—Hola, señorita Maxwell. Mi nombre es Patrick Dixon, soy médico internista y cirujano —se acercó quitándose el estetoscopio de la gabacha—. ¿Recuerda lo que sucedió hoy?

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora