Capítulo XXIX

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Regresar a casa, eso sonaba fantástico después de que le otorgaran una segunda oportunidad para vivir. Se prometió a sí misma dejar verdaderamente atrás el pasado, perdonar a su padre le había desprendido una carga pesada sobre sus hombros, quería vivir intentar que esa fuese la nueva mantra lo restante de su vida y secretamente esperaba que la orgullosa mujer, su madre, se diera cuenta a tiempo como su padre. Entendió que el perdón era fácil escribirlo en un trozo de papel, pensarlo y decirlo, pero darlo de corazón era otra cosa más grande y complicada. No pensaría más, dejaría que todo se resolviera solo, forzar las cosas iba a mejorar nada. Alegre se terminó de vestir con ropa nueva que su cuñada le había comprado como regalo, aquella que anduvo fue directamente al bote de reciclaje. Estaba feliz porque los resultados del TAC salieron limpios, no presentaba alguna lesión y su dada de alta no tardó nada en darse.

Mirando la cama una última vez, se giró a mirar a su novia que entraba sonriente, tenía un gran ramo de bellas flores. Regresándole la sonrisa se acercó tomando el ramo se dedicó a olerlo, cerrando los ojos, sintió como el aroma a jardín fresco la llenaba aún más de vitalidad. Abriéndolos, apreció como los hermosos ojos verdes de Helena, volvían a tener ese brillo especial, levantó su mano y le acarició la mejilla con delicadeza.

—Gracias, amor —besó sus labios, colocó su frente sobre la suya—. Están preciosas.

—Es el primero de muchos —le sonrió colocando su mano sobre la suya—. ¿Lista para ir a casa?

—Sí, vamos a casa —tomando su mano dejó que la guiara.

Lara era consciente de que se avecinaban días estresantes, Reed le había comentado que contrató al mejor abogado de Londres para llevar su caso a juicio. De ninguna forma iban a permitir que el caso llegase a quedar impune un intento de asesinato inminente no podía dejarse pasar. Caminando por los pasillos tomadas de la mano, se preguntaba cuántas veces se pasaba por alto las historias que existían detrás de rostro. Suspiró apretando suave la mano de Helena, quería asegurarse que no era un engaño de su mente, porque le dolería más si así fuese. Tenía conocimiento de muchos casos donde el paciente se encontraba en coma, pero su mente los encerraba, creaba escenarios parecidos a la realidad. Pronto se comenzó a sentir cada vez más ansiosa conforme se fueron acercando a la salida. Su corazón bombeaba con fuerza, los ruidos fuertes detonaban el recuerdo de la detonación, apretó su mandíbula—no está pasando, solo son autos—, pensó autoterapeándose, no permitiría que su mente ganara la partida.

—¿Estás bien, amor? Te acabas de poner rígida —señaló sus mano apretando fuerte la suya—. Sabes que puedes decirme cualquier cosa.

—Los ruidos fuertes parecen traerme el recuerdo del sonido detonante —no valía la pena ocultarle nada—. Pero estoy bien, cielo. Sé que no está pasando, tal vez necesite ir a terapia para poder superarlo.

—Ven aquí —rodeó su cuello con el brazo—.   Te diré algo, iremos juntas a terapia, Max. Porque necesito sepultar para siempre de mi mente esa imagen tan horrible.

—No quiero que vivamos con miedo.

—Hey, mírame —levantó su barbilla—. Desde que te conocí, me enseñaste a buscar esa guerrera en mí —Lara formó una pequeña sonrisa, sentía los labios resecos por tanto medicamento—. Así que, no voy a permitir que nuestra felicidad se vea afectada por ese hijo de puta.

—¿Acaso Helena Evans acaba de decir una palabra? —comenzó a reírse sorprendida, amaba tanto a esa mujer.

—¡Es la verdad, Maxwell! —respondió entre risas, le alegraba el alma escucharla reír— Te amo tanto —susurró tomando su nuca, unieron sus frentes.

—No te imaginas cuán recíproco es ese sentimiento —tomó sus hombros cerrando sus ojos—. Estando contigo todo mi Universo comienza a tener sentido.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora