Capítulo XIV

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Dejar que el tiempo se encargara de sanar sus heridas y acudir a un terapeuta estaba dando frutos, no estaba sola, nunca estuvo sola. Estuvo atada a una relación tóxica que le impidió mirar más allá, poco a poco, casi con pasos agigantados volvía a sentirse la Lara de quince años atrás, valiente, rebelde y con muchas ganas de vivir su vida sin arrepentirse. Era una mujer libre, independiente, profesional y que tenía derecho de ser feliz, no cabizbajo solo porque sus padres rechazaron su sexualidad, los amaba, les agradecía que la engendraran, pero no debía arrastrar esa culpabilidad inexistente, porque si realmente la hubieran querido, hallarían una forma para volver a contactarla arrepentidos por haberla desplazado y no fue así, pero ya no permitiría que volvieran a verla derrotada, no, ya eso no pasaría más, o eso esperaba comprobar. En unas cuántas horas sería la fiesta de despedida que le organizaron a los gemelos, ahí estarían sus progenitores para mirarla como jueces, lo bueno es que iría la publicista y de ahí partirían a toparse con sus amigos, harían el dichoso campamento.

Para Lara no era secreto que haber vuelto a su solitario departamento le sentó bien, esa ansiedad ante esa soledad desapareció, estaba cómoda con el silencio; ese viaje cortísimo con Helena fue de mucha ayuda, pudo meditar sobre su conversación en la playa y como casi estuvo a punto de verla ahogarse ante sus propios ojos. Era increíble para la relacionista internacional darse cuenta que existen personas mucho más rotas y nadie sería capaz de adivinarlo, sonrió con tristeza delante del espejo, Helena Evans tenía una fortaleza que jamás conoció en alguien, ni siquiera en sí misma.

Escuchó unos pequeños golpes en su puerta, se extrañó, no estaba esperando a nadie, ya que quedó en recoger a la publicista a su departamento, se acercó y observó a través de la mirilla quién se trataba.

—¡Hey, Helena! —saludó tras abrir la puerta—, ¿no habíamos quedado que yo debía pasar por ti? —la abrazó admirando lo bella y jovial que se veía.

—Hola —se rio en medio abrazo encontrándose culpable—, lo sé, pero pensé que sería bueno ahorrarte el viaje y aquí nos tienes —Lara miró hacia abajo encontrándose con el peludo amigo que movía su cola esperando ser saludado.

—¡No te vi, Pinky! —se colocó de cuclillas para saludarlo como le gustaba—, se pondrán muy felices de verlo —rascó sus orejas antes de ponerse en pie.

—Mientras no haga desastres en la fiesta —le dijo entre risas mirando también su look—, te ves muy bien.

—Gracias, también tú —los invitó a pasar tomando sus maletas antes de cerrar tras de sí—. Solo me falta maquillarme un poco para salir, ¿deseas comer y tomar algo?

—Lo que quieras servirme está bien para mí, no tuve casi tiempo de comer —admitió haciendo una mueca—, hacer las maletas me tomó tiempo, organizar lo que llevaría Pinky no es sencillo.

—Te dije que las organizaras con tiempo, estuviste muy ocupada organizando el trabajo en la agencia —la señaló sacando los ingredientes para hacerle un sándwich.

—Sí, señorita organizada —rodó los ojos sin perder la diversión—, debí hacerte caso, ya lo sé.

—Testaruda ojiverde —le sacó la lengua dándole el pequeño plato con el refresco—, come esto, ven conmigo, terminaré de maquillarme.

—Gracias, ojiazul —imitó su tono infantil dándole una mordida al sándwich siguiéndola a la habitación—, ¿cómo te sientes?

—Si soy honesta, me siento más determinada a dejar de darle importancia a lo que piensan mis padres sobre mí —la miró a través del espejo pasándose aceite de hidratación facial.

—Exacto, Max —terminó de masticar—, los que tienen el problema son ellos, deberían darles vergüenza ignorar a su hija.

—¿Sabes qué es gracioso? —se pasaba los polvos con la brocha mirándola—, les hubiera agarrado algo con Ericka, no solo por el hecho de ser mujer.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora