Capítulo XXI

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De una clara sorpresa, Helena comenzó a esbozar una sonrisa que empezó a agrandarse con el transcurso de los segundos; asintiendo casi frenética abrazó a Lara fuerte, como si temiera que esta pudiera arrepentirse. Recostó la frente en su hombro dejó escapar un suspiro casi imperceptible cuando sintió como sus cuerpos se movían al compás de una melodía romántica. Sin abandonar el hombro de la relacionista internacional, levantó su mirada para mirar a través de la ventana el cielo, estaba anocheciendo más y las pequeñas estrellas se asomaban siendo casi opacadas por los ligeros copos de nieve que caían, se dejó llevar dejando su mente en blanco.

—Me gustaría prometerte tantas cosas y decirte tanto —murmuró recargando la barbilla sobre el vértice de su cabeza mirando el árbol navideño—, pero prefiero ir mostrándote cada día lo mucho que quiero estar contigo, sin faltarle el respeto a su memoria —mencionar su nombre salía sobrando.

—Quiero lo mismo, Max, yo... —susurró aferrándose a Lara buscando que el abrazo transmitiera todo su sentir.

—Lo sé, lo sé —se separó con cuidado, tomando sus manos y las dirigió hacia sus labios donde depositó un pequeño beso en cada una—. No necesitas decirlo, aún no, porque entiendo lo que quieres decirme y todavía no puedes.

La ojiverde sonrió embelesada por el gesto y sus palabras, esa mujer era más que irresistible en muchos sentidos. Se preguntaba vagamente cuánto tiempo podía soportar mirar esos labios elegantes, salió de su burbuja antes de inclinarse a reclamarlos como suyos. Una pequeña tos hizo eco en toda la sala de estar llamando su atención. Intentando no reírse ante el latir frenético de su corazón, recordando que no estaban solas.

—¡Manuel! —lo regañó Victoria por interrumpirlas gracias a su casi atragantamiento—, siempre te he dicho que no comas así las uvas, semejante viejo y nunca aprendes.

—¿Estás bien, abuelo? —se acercó Helena divertida colocándole una mano en su espalda mirando a sus parientes.

—Sí, nada que un buen trago no arregle. Victoria siempre exagera las cosas —su esposa rodó los ojos yéndose a comprobar si la pierna de cerdo en el horno estaba bien.

—Ay, abuelo —Helena negaban con su cabeza, le parecía fascinante la forma en que salía adelante de alguna situación.

—Papá, ¿por qué no le cuentas a Lara alguna anécdota de cuando eras niño? Nos encantaría escucharte —Alejandra intervino abrazando a su esposo siendo correspondida al instante por él.

—¡Aaah, sí! Tengo muchas anécdotas que contar, vamos a sentarnos —los ojos cansados de ese bello hombre se iluminaron, nada le gustaba más que transmitir sus travesuras.

Lejos de sentirse incómoda porque fueron descubiertas, Lara lo sentía todo muy natural, le sonrió a Helena colocándole el brazo sobre sus hombros para abrazarla—Bendita sea la hora que te conocí, bendita sea—, pensó admirando su bello perfil mientras se sentaban cada pareja en un sofá, sonrió todavía más al ver cómo buscaba apropiarse de su mano, decidió girarla para darle acceso completo a su palma. Aprovechando que sus miradas se encontraron, inclinó lo suficiente para darle un pequeño beso en su mejilla haciéndola sonreír con esos pequeños hoyuelos que le encantaba ver.

—Ahora sí, ya me tomé mi medicina —señaló la cerveza el hombre contento—. Primero comenzaré con mi historia, así que presten atención —ambas se rieron dejando sus mejillas unidas comenzando a prestarles atención.

En medio de la narración, las chicas no podían casi ni separarse; acciones que no pasaban desapercibidas por los señores Evans que, muy sigilosamente se divertían observándolas, solo les parecía imposible no hacerlo, estaban emocionados y les encantaba la idea de que Lara fuese su nueva nuera. Se miraron entre ellos dando un pequeño asintamiento que significaba muchas cosas.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora