Capítulo XX

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Sentada a la mesa, Lara esperaba ansiosa probar el famoso tamal que prometieron ser delicioso; veía de reojo a Helena cada cierto tiempo, cuando notaba que se encontraba dispersa movía su pierna debajo de la mesa para darle un ligero golpe con intenciones de regresarla al momento. Le disgustaba saber que estaba mortificándose en su interior por el beso, si pudiera regresar el tiempo lo haría justo a ese instante y así evitarlo a pesar de que a ella le dolería, prefería verla feliz y sonriente como le gustaba verla. Alejó dichos pensamientos levantando su mirada justo cuando se dio cuenta de que ya iban a servir; se levantó suavemente intentando no hacer mucho ruido corriendo la silla, se  acercó a la tierna abuela de la publicista y tomó algunos platos, no quería que pudiera tropezarse y quemarse en el acto.

—Eres todo un encanto, mi niña —le sonrió divertida permitiendo que se los llevara—. Agradezco la clara intención de ayudar, pero esta anciana tiene sus años haciendo esto que ya está tiene su práctica.

—No quise ofenderla, doña Victoria —sonrió sintiendo que sus mejillas se teñían poco a poco—, en mi ignorancia temía que se pudiera hacer daño y pudiera quemarse.

—Lo sé, pude notarlo en tu mirada —sonrió dándole un pequeño guiño haciéndola sonrojar todavía más—, y como yo soy buena, te daré el tamal más grande.

—¡Abuela, ese era mi tamal! —se quejó Helena en español haciendo un berrinche que le causó mucha gracia a la relacionista internacional.

—¿Acaso te levantaste a ayudarme, Helena? No, no lo hiciste —la acusó entrecerrando los ojos—. En cambio Larita sí se preocupó por mí.

—Pero, abuela, ¿acaso no nos repites todo el tiempo que puedes hacer todo sola? —le reprochó cruzando sus brazos intentando disimular su diversión, estaba claro por qué lo hacía.

—Está bien, doña Victoria —sonrió divertida—. Puede dárselo a esa niña mimada, yo estoy bien con cualquiera —culminó encogiendo sus hombros sonriente.

—Veo que le das mucho gusto a nuestra hija, Lara —comentó Otto abriendo el tamal, sus ojos brillaban—. Si lo sigues haciendo ya no habrá no que valga.

Helena levantó una ceja mirando casi—mucho— desafiante a su padre ante dicha acusación. Observó que la ojiazul tenía su mirada puesta en ella y le sonrió, esa sonrisa cautivadora causó que su corazón se acelerara porque sus ojos reflejaban tantos sentimientos puros.

—Prometo que no siempre voy a ceder, don Otto —imitando a los demás abriendo su tamal—, existirán circunstancias donde será necesario llevarle la contraria —Helena suspiró dándose por vencida, sentía que conspiraban en contra suya.

Sus palabras hacían referencia a los acontecimientos que se irían dando más adelante con respecto a su relación; los señores Evans a pesar de no tener conocimiento absoluto sobre su hasta hora corta historia, entendieron a qué se refería. Se acercaban días donde el remolino de recuerdos podría causar estragos en sus nuevos recuerdos. Sin embargo, tenían la fe de que esa hermosa ojiazul soportaría esos embates y lograría ayudar a su hija a sanar por completo una carga no correspondiente.

—Están hablando mucho, el tamal se enfría y está riquísimo —don Manuel había sido el primero en probarlo, tenía mucha hambre, estuvo expresándolo a cada instante.

Soltando una carcajada general hicieron caso a las palabras del sabio hombre que se encontraba al extremo izquierdo, justo frente a su esposa. Lo mismo sucedía con los señores Evans y, por ende, las chicas quedaban exactamente en la misma posición.

La relacionista internacional sentía que cometería algún reguero infantil siendo el foco de atención; los señores latinos esperaban expectantes su evaluación, eso causaba cierto nerviosismo que no había experimentado antes.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora