Capítulo XXV

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El sol estaba casi en su máximo punto y las chicas seguían dormidas plácidamente. Una recostada contra el pecho de la otra disfrutando el calor que sus cuerpos desnudos desprendían. Habían hecho muchas veces el amor; ninguna imaginó cuánto deseo yacía en su interior hasta ese momento que se entregaron por completo al amor. Pinky tenía hambre, casi lloriqueando se adentró a la habitación entreabierta de su dueña y le tocó con su nariz la mano para despertarla. Helena se removió reconociendo a su amigo de cuatro patas avisándole que estaba hambriento, poco a poco fue abriendo los ojos arrugando a su vez el ceño por tanta claridad. Primero miró a la izquierda encontrándose la mirada profunda del inocente culpable, sonrió como si estuviera ebria alargando su mano para acariciarle las orejas.

—Buenos días, amigo. Ve afuera, ya casi llego a servirte un plato de comida —habló en voz baja, estaba adolorida pero relajada. Pinky moviendo su cola obedeció.

Sonriendo mucho más, giró su cuello hacia la derecha, no era un placentero sueño húmedo. Lara estaba recostada sobre su pecho con sus labios medio abiertos y mano sobre su pecho desnudo cubierto solo con la sábana gris. Eliminó unos cuántos mechones problemáticos de su rostro para contemplarlo mejor, esa mujer era muchísimo más atractiva que su hermano y apostaba que también lo era en cuanto a dulzura.

—Despierta, cariño —le acarició su nariz con el dorso del debo índice.

—Chst, sigue siendo temprano —se quejó entredormida ocultándose en su cuello provocándole ternura—. Alguien apague el sol, por favor.

—Cariño, sin el sol no podríamos vivir —siguió riéndose acariciándole su espalda, solo escuchó como se quejaba—. Está bien, sigue durmiendo. Enseguida vuelvo, Pinky vino a pedirme comida.

—Hmm-hmm —dejó que se escapara de sus brazos quedando acostada boca abajo.

Helena sonrió enamorada terminando de colocarse la blusa de Lara, como era más alta le cubría gran parte. Se vio tentada a mirando la espalda definida y firme de su amante. Subiéndose poco a poco terminó pasando las piernas a cada lado de su cintura y le besó reiteradas veces los omóplatos repartiendo sutiles caricias.

—¿Acaso no era que le ibas a darle de comer a Pinky, amor? —Lara se vio obligada abrir los ojos— ¿O esa es la forma de darme los buenos días? —se giró quedando boca arriba mirando apreciando como le lucía su blusa puesta— Te queda perfecta... —Helena sonrió inclinándose a besarla, importaba muy poco el aliento mañanero.

—Hola —saludó separándose unos cuántos centímetros.

—Hola —susurró Max mirándola más enamorada que nunca. Escucharon a Pinky ladrar desde la cocina—. Ve antes de que pueda enojarse más —se rio acomodándose mejor en las sábanas.

—¡Qué exigente se ha vuelto estos días! —exclamó Helena saliendo de la habitación— Calma, amigo. Ya estoy aquí, no tienes por qué alterarte —Lara podía imaginar las expresiones que hacía, sonrió contenta mirando donde estaban.

—Realmente esto sucedió —habló para sí misma sentándose en el borde la cama adolorida eliminando los restos del sueño.

Se levantó envolviendo su cuerpo con las sábanas. A pesar de tanta luz, quiso acercarse a mirar por la ventana, había mucho tráfico, ¿qué hora era? Frunció el entrecejo escuchando como su estómago comenzaba a rugirle por el hambre.

—Son pasadas las once. Si estás preguntándote qué hora es —sintió esos brazos suaves envolverla—. ¿Qué deseas desayunar, cariño?

—Lo que quieras, amor —se giró entre sus brazos sonriente rodeó su cuello dejando caer la sábana—. Incluso desayunarte a ti si quisieras.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora