Capítulo IV

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Y su celebración la noche anterior acabó como ella lo imaginaba, con una resaca atormentándola en plena mañana, todo era cortesía de Jamie que, como siempre, pasó de largo su advertencia del alcohol. Tenía tiempo que no bebía, había perdido resistencia y ni siquiera se acordó de aquél legendario truco del agua antes de acostarse. Se alistó lo mejor que pudo, tomó su espresso más fuerte, desayunó esperando no devolver lo ingerido y se llevó en su bolso una aspirina; sentía como le martillaban la cabeza si ejercía algún movimiento brusco como lo haría en su estado normal, pensamientos vengativos e improperios no faltaron en llegarle mientras salía del edificio no sin antes haber alimentado a Pinky, así como dejado las libras en el desayunador para la paseadora de perros. Se colocó sus lentes de sol, porque le molestaba tanta claridad, respiró profundo tratando de hacerse la valiente para amortiguar el bullicio. Le hizo una seña al taxi que pasaba justo en frente, se dedicó una leve sonrisa satisfactoria y se subió en el asiento trasero indicándole que se dirigía a M&F Agency. Sacó su móvil para mandarle mensajes a su mejor amiga reprobando —de una forma algo soez—, por haberla hecho consumir alcohol en plena semana laboral, no pudo rodar los ojos porque le dolía, en seguida supo que sería un gran problema por su nueva y simpática compañera.

Inconscientemente dejó que su mente vagara entre diferentes pensamientos sin sentido, eran esos momentos en que se solía recordar sobre su infancia y los viajes a América Latina para visitar a sus abuelos maternos costarricenses, Victoria y Manuel. Aun le generaba diversión como muchos aseguraban que Costa Rica era una isla y no un país, al principio se molestaba, pero con el tiempo comprendió que todo se debía a la falta de información, extrañaba visitar a sus abuelos y pasar un buen rato en el Parque Manuel Antonio, su playa favorita, o visitar la Isla Tortuga.

—Hemos llegado, señorita —la sacó de sus pensamientos el conductor.

—Gracias —sacó de su cartera el pago completo y salió del auto reforzando su bolso en el hombro.

Antes de ingresar respiró profundo y se quitó los lentes de sol para evitar más chismes, saludó al guardia con una pequeña sonrisa y sintió como su cabeza era taladrada por la contaminación sonora de siempre. —Vida de oficina, vida de oficina—, se repetía con constancia para llamar al ascensor cruzando los dedos, en cualquier momento podría llegar el destable Taylor a fastidiar un poco más su mañana, los ojos le ardían como si fueran a prenderse en llamas, necesitaba tomarse la aspirina y si podía más café para sobrevivir ese día. Agradeció haber decidido llevar traje, uno color vino que nunca tuvo la oportunidad estrenar y no vestido, o sino su irritabilidad hubiese incrementado, se aventuró hasta el ascensor y esperaba con paciencia —limitada—, a que este abriera sus puertas metálicas, se hizo un leve masaje en su sien dispuesta a ingresar y detuvo su acción cuando escuchó unos zapatos de tacón detenerse a su costado izquierdo.

—Buenos días —Helena miró sobre su hombro para ver a su vecina y sintió otra punzada en la cabeza.

Ahí junto a ella estaba una cabizbaja Lara Maxwell, vio como estaba sosteniendo un vaso mediano de café con una mano y la otra tenía el móvil, se notaba que estaba escribiendo algún correo, o mensaje de texto, notaba como fruncía su ceño y se detenía algunas veces para releer lo escrito de forma digital.

—Buenos días —le contestó un tanto seca haciéndola levantar la mirada, sus ojos azules se encontraban opacos y recibió una pequeña sonrisa.

—Ah, Helena —parecía sorprendida de ver que se trataba de ella—, ¿cómo está Pinky? —preguntó dejando que ingresara primero al espacio reducido, no tenía el mismo tono entusiasta, parecía estar como ese sábado en el parque.

Helena duró unos segundos antes de contestar, analizaba su estado anímico,  tenía la esclérida del ojo ligeramente inyectada de sangre, parpadeó un par de veces para aclarar su vista, le pareció ver un morete en su mejilla —¿problemas en el paraíso?—, pensó con un poco incertidumbre colocando el piso al que iban junta, porque para desgracia de Helena trabajaban en el mismo.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora