Capítulo XXVI

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La Mansión Maxwell era preciosa, su extenso jardín desde la fiesta de despida seguía siendo el mismo. Al exterior tenía apariencia de ser victoriana, sus paredes pálidas no ayudaban mucho a distinguirla, pero cualquier persona que ingresara se daba cuenta de que todo estaba modernizado: paredes con distintas tonalidades de gris, muebles a juego, no habían candelabros, sino luces comunes y corrientes con estilo moderno. La cocina era preciosa, soñada para los amantes de la culinaria. A pesar de que era tenue, se sentía lo suficiente hogareño logrando casi opacar aquellos caros lujos.

Estaban sentados a la mesa esperando el postre, todo lo servido fue delicioso. Lara no recordaba cuándo había sido la última vez que cenó un estofado bien hecho. Mientras Reed se encargaba de una llamada—sospechando que trataba de trabajo—. No lograba esquivar el recuerdo vívido de sus padres haciendo comentarios en doble sentido soeces sobre su sexualidad y demás cuando asistía rara vez a las cenas familiares casi obligatorias; realmente asistía solo para estar más tiempo con Dean y Madison, sus amados sobrinos. Sintió una mano cálida sobre su antebrazo, se formó en sus labios una pequeña sonrisa. Levantó la mirada dándole un tranquilo beso a Helena en su sien derecha dándole a entender que todo estaba bien. Retomó casi tardíamente la conversación de su cuñada, les comentaba sobre su proyecto personal de abrir una empresa.

—¿De qué sería la empresa? Perdóname, me he puesto algo dispersa —rascó algo avergonzada su ceja izquierda mirándola.

—No te preocupes. Se nota como Helena te tiene por las nubes —Selina se dedicó a darle una sonrisa divertida, imaginando algo distinto a la realidad.

—¿Qué puedo decir? —rodeó los hombros de la publicista con el brazo— Me siento más enamorada que nunca de Helena —aprovechó casi descaradamente la desviación, pero no mentía. Miraba a su novia con tanto amor.

Helena sonrió sonrojada inclinando su rostro para darle un beso en la mejilla. Solo Lara podía transmitirle tanto con unas simples palabras que, en su defecto tierno, tenían un peso grande.

—Debo decir lo mismo, Selina. Lara es una maravillosa mujer —entrelazaron sus dedos sobre la mesa—. Me siento muy bendecida y afortunada de poder decir que es mi novia.

—Lo mismo puedo decirte yo, cariño —sonrió embelesada sosteniendo más el agarre de sus manos.

—Ay, ustedes son tan dulces —Selina las miraba con dulzura sonriente—. Me encanta verlas juntas, se complementan bien.

La relacionista internacional iba a contestarle. Sin embargo, ver a su hermano llegar con el semblante serio, hizo qué comenzara a preocuparse. Lo vio tensar algunas veces su mandíbula, tomando asiento junto a su esposa suspiró acomodándose el cabello casi empezando a verse platinado.

—Reed, ¿está todo bien? —preguntó su esposa sentándose más erguida de lo normal.

—Creo que todo está bien. Pero no sé cómo decirlo —suspiró pasando su mano sobre su barba poco crecida, dirigió su mirada a Lara—. Era nuestra madre, hermana.

—Y, bien. ¿Qué quería? —respondió amarga tomando vino, conocía a su madre muy bien.

—Para decirme que papá comenzó a actuar muy extraño hace tiempo. Ayer decidió llevarlo al médico —Lara arqueó una ceja esperando a que siguiera—. Lara, está desarrollando alzheimer. Mamá dice que el médico le advirtió sobre su progresivo avance.

—¿Piensas que le creo a esa señora? — negando con su cabeza apretó la copa contra su palma— Tanto me desprecia que no pudo llamarme para decírmelo. ¡Oh, espera, es cierto! Les dije que no tenían una hija.

—Max... —Helena retiró su copa, quería evitar algún accidente, acarició su mano transmitiéndole apoyo— Tranquila, cariño. Reed solo te está contando. A pesar de todo, siguen siendo tus padres.

Un Corazón NuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora