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Gemma


De pequeña solía pasar las noches en la habitación con una litera, que tenía una tela encima de la estructura, haciendo parecer como si fuera un castillo y, Anne, fuera la princesa atrapada que pertenecía a la realeza. Yo era la mejor amiga de la princesa que venía a visitarla para que no se muriera de aburrimiento.

Por las noches hablábamos de nuestro príncipe perfecto. El de la pelirroja era uno que pudiese salvarla cuando el dragón llegase al castillo. El mío era uno que me ayudara a combatir al enemigo. Diferencias muy claras. La princesa tuvo varios pretendientes que estuvieron a punto de conseguir sus expectativas.

A mí ninguno se me presentó. Entonces Anne decidió crear y elegir a mi príncipe azul. Un día, al venir al castillo y quedarme la noche, esta me dijo de jugar a las escondidas y yo decidí esconderme debajo de las sábanas de la cama. Pasaban los minutos pero nunca llegaba. Mi escondite era muy obvio. Algo fallaba.

Después de mucho rato, oí cómo abría y cerraba la puerta, de un portazo, en menos de un minuto. Me asusté tanto que salí de debajo de la sábana. Me encontré al Harington pequeño de mi misma edad, su hermana me pasaba dos años. Bajé de la litera y Ethan se acercó a mi mini yo.

Un "Encantado de conocerla, princesa" me dio muchos sentimientos. Nadie me había dicho eso antes. Sonreí. Estaba mirándolo cuando una nota apareció por debajo de la puerta.

"El príncipe Harington de Nevada ha querido hablar con la mejor amiga de la princesa y quiere darle un beso"

Me giré hacia él.

—¿Me vas a dar un beso?

—¿Beso? ¿En la mejilla?

—Tiene que ser en los labios para que así pueda casarme contigo— hice un puchero

—¿Hace falta un beso si no soy un sapo?

Fruncí el ceño y el pelirrojo, decidió echarse hacia atrás.

—No puedo besar a la amiga de mi hermana, eso está contra la ley.

—¿La ley?

—Sí, y no quiero que me lleguen multas a mi casa— le tocó fruncir el ceño

Mi pequeña mente se puso a meditar haciendo pasar muchas situaciones en donde yo pudiese besarlo sin que le pongan una multa.

—¿Y si ella no se entera?

Los labios de Ethan hicieron una mueca y sus cejas estaban fruncidas haciendo ver cómo si estuviera reflexionando. No se lo pensó dos veces cuando se acercó hacia mi pequeño cuerpo y con sus dos manos agarró mi cuello para así bajarlo a su altura, juntó nuestros labios en un leve pico.

A la pequeña Gemma le habían dado un beso. Un príncipe lo había hecho. En su interior había fuegos artificiales explotando de la alegría.

Después de toda la historia del príncipe besa a la mejor amiga de la princesa, las discusiones aparecieron y nos llevaron hasta este punto.

Anne y yo estábamos en el salón de su nueva casa ese mismo día, se habían mudado hace menos de tres meses. Luego tendría que hablar con el tío Manu para que me explique por qué no me había contado que viviría enfrente del idiota. Me habría quedado en Nueva York, la verdad. Mentira.

Aunque esa declaración fue medio rechazada cuando Anne había aparecido. Al enterarme fui corriendo a mi cuarto para coger mi pijama y ropa de cambio. También le pedí permiso a Manu que, obviamente, me lo dio sin rechistar. Teníamos que ponernos al corriente, así que nos tumbamos en el sofá mientras la música estaba sonando de la televisión.

La Ola sin RumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora