19

3 0 0
                                    


Gemma


Me quedé quieta por cinco minutos, en los que ellas decidieron salir de su momento cotilleos, y otro más en los que me recompuse a mí misma. No tengo ni idea qué pensar en esta circunstancia. Puede que la culpa no sea completamente mía, pero estoy involucrada en esto.

Salgo del escondite— sin una puerta, resguardándome— y con delicadeza, abro para disponerme e irme en busca de las personas que me metieron en este espacio tóxico. Debí quedarme en mi cama, con la música retumbando en los cascos, donde mi espacio seguro me escoltaba en la acogedora tarde.

Pensaba ocupar el posterior lugar, entrometiendo entre dos cuerpos, aunque al entrar en el área, unas cuantas miradas se posan en mi presencia. Mierda. Los ignoré y solamente me centré en encontrar a la parejita. Las caras desconocidas me dicen que no se encuentran.

¿A dónde se han ido?

Estaba a punto de girar sobre mis pies y ponerme a aventurar la inmensa vivienda. No anhelaba cruzarme con unos ojos que han dado la vuelta a mi mundo. Doble mierda.

Me transmiten una sensación de sorpresa mezclada con ilusión. Su pelo rojo está revuelto como si no se lo hubiese peinado en días. Las gafas doradas me hacen tragar en seco. Le quedan de una manera seductora. Mis nervios vuelven a salir a la luz.

Algo en mi interior me obliga a mantener el contacto. Eso hago. En un momento, siento como si nadie estuviese alrededor nuestra. Solo nosotros. Él y yo. Dos niños que han estado en la vida del otro desde que tenemos memoria. Tuvimos discusiones, risas y cariño: la definición perfecta de nuestra relación. Relación que debemos acabar si no queremos acabar dañados. No podemos estar cerca del mismo modo como hace semanas. No.

— Aquí está la celebridad del pueblo, saluda— noto un brazo rodear mis hombros. Kim.

Ahora sí, eliminé cualquier conexión entre nosotros. Recuerdo por qué me quería ir de este lugar. Estar con la víctima pegada a mí, no mejora mi actitud.

—¿Te ha comido la lengua el gato? – ríe con otras haciéndole el coro—. Se nota que lo de hablar lo haces solo para la cámara, que por cierto no es un ser vivo— recalca.

Se vuelven a estallar las risas. Mantengo mi vista fija en un artefacto de cerámica azul. Si nombro algo, acabaré descontrolándome. Mi mente sigue nublada. No se supera la noticia que has sido el cuerno de alguien.

Se mueve, sin quitar su brazo de encima. Su atención se vuelve hacia el pelirrojo, que he tratado de evitarlo.

— No me habías dicho que solo abría la boca para comerse la tuya.

Como gesto automático, me giré hacia ella. Parece tan despreocupada. Antes se le veía deprimida al hablar del tema. Eso ha cambiado. Al notar el movimiento brusco, habla sin pensárselo dos veces:

— ¿Te gusta que me haya engañado contigo?— me acalla cuando nota mi intención de responderle— Yo que tú, mejor cerraba la boquita con llave antes de que sueltes algo tonto. Todo el mundo sabe lo que hicisteis. El mundo entero lo sabe. O al menos a ti te conocen. Creía que te faltaban neuronas, pero no se me había pasado por la cabeza, que no tuvieras ni una. Liarte enfrente de gente que sabe de tu reconocida vida. Estúpida.

Suelta la última palabra mirándome mal. Fruncí el ceño. Si lo ves desde otra perspectiva, se nota lo idiota que soy. Yo sabía que dentro del mundo en el que estoy, tu privacidad desaparece. Si tomas una mala decisión, te perseguirá por toda tu vida. Se ve que no he aprendido de las otras veces.

La Ola sin RumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora