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Ethan



Tendría que haberme quedado en casa.

Manu me había llamado diciendo que le tenía que entregar el permiso, firmado por mi padre, esa misma noche, para que así pudiese volar con ellos hacia un lugar a seis horas de California. Tendría que haber ido más tarde. Tropezarme hubiese sido fantástico, perdería tiempo levantándome.

Llamé al timbre. El entrenador me abrió, con su sobrina detrás de él suplicándole. Al verme, los dos se quedaron quietos. La morena me miraba con asombro. Me tomé el tiempo en mirar su pijama rosa y blanco, unos dibujitos animados de color amarillo comiéndose plátanos decoraban la camiseta. Qué infantil.

Admite que le queda bien.

Ni lo acepto ni niego.

—Ethan. — dijo Manu alargando la letra final de mi nombre— ¿Qué haces aquí?

Frunciendo el ceño pronuncié la razón. Al escucharlo parecía como si una bombilla se encendiera encima de su cabeza. ¿En serio se había olvidado? Dándome el permiso de entrar dentro, le entregué el papel. Lo inspeccionó a detalle para que no se le escapara nada.

Sentí una mirada sobre mí, me giré hacia Gemma. Apartó la suya al conectarse con la mía. Está rara. Siempre lo está, es normal. Me atreví a encararla cuando sus ojos eran todo mío. Creé un juego de miradas. Al principio, la morena se sorprendió, pero poco después me siguió el rollo.

Seguimos así hasta que algo me hizo detenerlo.

Que bien olía. Ese bonito aroma provenía de la magdalena que estaba emplatada en un plato azul sujetado por la morena. Al parecer ha puesto sus dotes culinarios a la acción.

—Vale, muy bien Ethan. Gracias por traerlos, ya es legalmente posible que te montes en un avión con nosotros— queriendo responder, una súplica me impidió hacerlo.

—Manu, tienes que probarlo antes de llevarte el papel a la oficina.

Es de las pocas veces que la he visto hacer un puchero. ¿Por qué lo hacía? Su dignidad es todo lo que ella tiene, guardado como si fuera un tesoro imposible de conseguir. Seguramente no le habrá comprado su bolso de veinticinco mil dólares. Aunque ella tiene mucho dinero, o eso he oído que chismean en la prensa rosa.

El entrenador le dedicó una mirada, manteniendo el papel lejos de su alcance. Me echó un vistazo desde el rabillo del ojo. Empezó a sonreír. Creo que está en su época de rebeldía que tiene la gente a mediados de llegar a lo cuarenta. Me ajusté las gafas, haciendo que no se resbalaran. Han costado lo suyo, hay que mantenerlas vivas hasta que se me cambien los grados.

—De acuerdo, pero le tienes que dar el precioso postre al pobrecito, va a llorar mucho, ¿verdad que sí?— asentí obligado, apretando el borde de mi camiseta

Gemma estaba eufórica. Dio un pequeño salto mientras se acercaba hacia mí, entregándome la magdalena. Joder, aperitivo gratis. Me dedicó una pequeña sonrisa, la cual los niños la usan a menudo cuando hacen una travesura.

Euforia: Un estado mental y emocional en el que una persona experimenta sentimientos intensos de bienestar, felicidad, excitación y júbilo.

Se despidieron de mí, mejor dicho, Gemma me empujó hacia la salida cerrándome la puerta en la cara. Oí, una queja de parte de Manu. Ja, ja, ja. Por hacer el tonto.

Tenía pensado llegar a casa para picar un dulce de la cocina, sin embargo, el universo estaba de mi lado y me dijo que tenía que comer algo de aperitivo antes. Qué majo.

La Ola sin RumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora