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La oscuridad fue mi compañero durante un tiempo indefinido en el que mi mente no funcionaba con cordura, escondido de la tempestad, llevándome a mí con él. Mis fuerzas se desvanecieron en ese momento en donde mi vida estaba en riesgo, ese peligro cuál se encontraba en el otro lado de una pared. Mi conciencia se apagó, como un muñeco a remoto.

De vez en cuando unas iluminaciones aparecían dejándome aturdida. Estuve así hasta que un impulso me hizo abrir mis ojos. Pero, los cerré nuevamente. La sensibilidad visual seguía por los suelos, al igual que mis tensos músculos. No duré mucho con estos, deteniéndome ver el mundo, porque un tacto me erizó la piel.

Con la poca fuerza generada, apreté el agarre que la persona y yo teníamos con nuestras manos envueltas entre ellas. Paulatinamente, mis órbitas se adecuaron a la intensidad de imágenes que no había visto en un periodo de tiempo. No estoy alterada, sé cómo lidiar con esto.

Moverlos me dolían, mantuve mi mirada recta en donde no sentía ningún escozor.

— Los médicos están de camino, tranquila y no te muevas.

Inclinando mi cabeza en la dirección de la voz, Manu me devolvió una vista poco acogedora. En ellos se encontraban lástima y agobio. Se me había olvidado que seguía en South Beach. Mierda. Fruncí el ceño para evitar que las lágrimas salieran a la luz.

Me sentía como una mierda. En estos meses, esperaba de todo menos acabar en un hospital. Suspiré atrayendo nuestras manos a donde mi corazón yacía. Los latidos tenían un tiempo constante con unos baches en donde este desplazaba demasiada sangre a las arterias.

Lo único que pude susurrar fue una palabra antes de que el doctor invadiese mi habitación:

— Perdón.

Cabello grisáceo, canas esparcidos por su cuero cabelludo, corbata azul por debajo de su chaqueta blanquecina que todo que haya estudiado medicina debe llegar a adquirir y, sus deportivos rojos. Así era el señor de mediana edad que le tocó mi caso.

Con delicadeza, con sus dedos en pinza, decidió apartar cualquier tacto de Manu con mi cuerpo para posicionarse enfrente mía. ¿Qué? Me dedicó una sonrisa parecida a la del payaso de piel blanca vampírico. Me acomodé la camisa de hospital y erguí mi espalda.

— Señorita... — Inspeccionó el papel de mi informe—... Reign

— Efectivamente, señor... — detallé la placa con las letras en negrita—... Mackenzie

Por el rabillo del ojo aprecié la mala cara de mi tío; sin embargo, no quise ser maleducada y dejar de prestarle atención a mi doctor.

El desmayo te ha roto el circuito.

En efecto.

El señor elevó una ceja mientras procedía a documentarme sobre mi registro médico:

— Bien, usted ha tenido un mero episodio de consumo de tóxicos y depresión, al igual que ansiedad— este apuntó unos datos en el folio para después sonreírme—. Esta vez, esto se ha debido al estrés que tu cuerpo estaba teniendo, provocando que la presión arterial aumente. Estos días hemos analizado su sangre y no hay indicios de haber ingerido algún tipo de droga, excepto unos restos de alcohol. De todos modos, hemos hablado con su familiar para que le eche un ojeo. El caso es que se puede retirar cuando le venga bien. Lo que le recomiendo es desplazarse a algún lugar tranquilo por un tiempo para que esto no acabe en algo peor.

¿Sorprendidos?

Como siempre he mencionado, la ciudad en donde el sueño de muchos adolescentes está situado debido a los millones de cinematografías basadas en el estado de estados Unidos, no me ha cuidado bien. A muchos, ir allí, les trae felicidad y éxito. En mi caso, éxito hay de sobra, pero lo que faltó fue un abrazo alentador del sitio.

La Ola sin RumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora