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Gemma

Habían pasado dos días desde el accidente autoprovocado. Casi acabamos ahogados. Mi nariz estaba repleta de agua salada mientras la fuerza nos empujaba hacia la orilla. Seguro que las gaviotas que pasaban por encima de nosotros me habían confundido por un pez, al menos en mi caso. Mi boca se abría y cerraba en busca de aire.

Abrir, cerrar.

Abrir, cerrar. Ja, ja, ja.

Abrir, cerr...

¿Cuántos años tienes? ¿Cinco?

Vale, perdón conciencia, ya vuelvo a mi ser de dieciséis años.

Volviendo al tema, había estado brutal haberse transformado en un humano sirena principiante. Creo que yo era la única que le había gustado. Cuando Ethan apoyó su espalda pegada a la arena, conmigo encima de él, su cara estalló de furia. También estallaba agua de su nariz. Ja, ja, ja. Me había afectado la sal.

Al percatarme de la emoción que demostraba su cara, decidí pedirle perdón. Obviamente no con palabras. Mi mirada tenía que bastar. No lo fue.

Me empujó para así no estar invadiendo su espacio y se levantó limpiándose la parte trasera del neopreno. Soltó un "Eres una puta loca" pero lo ignoré. Si no me hubiese molestado, no hubiese acabado con agua en la boca. Idiota.

Otro momento que recordará con mucho odio. Me encanta. Si hay más, más odio hacia mí.

¿Me afecta?, en lo absoluto. A él tampoco lo hace, tengo pruebas.

Después de su despedida y caminata hacia la Henalu para poder cambiarse, me quedé admirando las olas que se habían decidido aparecer después de media hora.

Ese momento se me quedó labrado como: Ethan en su peor momento. Su cara petrificada se quedaría implantada en mi cerebro toda la vida. Seguro que extrañaba que lo molestara y lo sacara de su zona de confort. Hay que admitir, que él también lo hacía cuando a mí se me acababan las ideas. Era un juego mutuo. No podía bajar la guardia durante estos meses porque era capaz de crear un plan contra mí en un momento inesperado.

Recuerdo que un verano ayudé a mi tío a hacer helados caseros y él decidió repartirlos a la gente conocida. Era una época especial. Se celebraban treinta años de la compañía Kailani's Surfing. Mi abuelo produjo esta empresa— como él solía llamarlo —y, debido a que cuando lo hizo se acercaba a los años en lo que las personas se solían jubilar, mi tío Manu se encargó de este con tan solo veinte años. Lo que nadie sabe, aparte de mí, es que justo ese año le habían aceptado en su universidad deseada, no obstante, tuvo que rechazar la propuesta para no decepcionar a su padre. Eso le dio una razón para apoyarme y recordarme que él siempre estará de mi lado sin importar el camino que siga.

Apartándonos de ese tema serio, Manu me obligó a llevarle nuestro postre a la familia Harington. Al tocar la puerta, Marie me dio la bienvenida. La madre de Anne. Era la segunda vez que la veía en casa, casi nunca lo estaba y siempre que se lo preguntaba a Anne ella evitaba ese tema. Para mi pequeña yo eso era un misterio y si no sabía la respuesta de algo, me inventaba varias de ellas. Llegué a pensar que era parte del FBI y que si la veían en casa, su identidad iba a ser revelada. Muy creativa.

Al punto, sin irme de las ramas, me invitó adentro para así comer juntos. Llevé el cubo lleno de helado a la cocina y me propuse a envasar los helados en tarrinas, que anteriormente me había dado Marie. Al separarlo en cinco partes iguales, contándome a mí, sin que nadie se diera cuenta, le añadí sal al de Ethan. Para disimular, añadí virutas de chocolate encima de todos los envases.

La Ola sin RumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora