Capítulo 7

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Gerard entierra sus uñas a su propia piel; Frente a ellos el mar del oeste se muestra imponente, majestuoso, las olas marinas golpeando a las rocas con toda la fuerza que la luna les da. La espuma es grisácea y el fondo marítimo casi negro, el sol resplandece en el horizonte y el mar se pierde con la promesa de seguir existiendo a pesar de que ya no se vea.

-Hacía tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí. –Murmura Ray. Sus rizados cabellos se mueven con la agresividad del viento, como si éste quisiera arrastrarlos a dar un paso más, lejos del borde del acantilado sobre el cual están parados, como una alegoría de su propia existencia: Están entre el borde de la vida y la muerte, pero ni con toda la fuerza del viento y la tempestad avanzarán o retrocederán en su destino.

Los mechones rojos de Gerard también son removidos por el viento, la brisa salada y húmeda traída de las corrientes marinas le lame la piel de la cara, mojándole las mejillas y humedeciéndole los labios.

–Tenemos tanto tiempo que nos hemos olvidado de atesorar cada segundo como si fuera el último, dime, Gerard ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste a escuchar el latido profundo del mar? Nos gastamos centenas de años embriagándonos de los latidos humanos que nos hemos olvidado de escuchar el bombeo de la tierra.

Ray está tranquilo, sin ninguna preocupación que le acose los huesos, como si no le interesase estar a centímetros de una caída de 400 metros, golpear su pecho contra la espuma y el agua, y ser arrojado por la furiosa marea a golpearse contra las rocas. En cambio, Gerard es un manojo de tormentas y finales infelices, nervios y tristeza condensada tras los ojos.

-Todo depende de a qué bombeo te refieras. –Dice Gerard mientras intenta embozar una sonrisa. Las sonrisas deberían ser alegres y felices, y no falsas y teñidas en tristeza y soledad.

Ray suelta una carcajada y le palmea el hombro a su amigo, y murmura: -No la de las guerras humanas, esas cosas son la estupidez más grande de su pobre y mísera existencia... Matarse entre ellos, bah, como si no tuviesen ya suficiente con un millar de demonios tras sus pieles. Estúpido.

El viento revuelve sus cabellos de una forma hermosa, acariciando con cuidado sus mejillas heladas y aterciopeladas. –Deberíamos seguir.

-¿A dónde nos dirigiremos?

Ray vuelve a suspirar y le da un suave apretón al brazo de Gerard, como para pedirle que sea fuerte y no piense en rendirse. –Es demasiado tarde para intentar seguirlos, lo mejor será seguir hasta Berlín y pedir una audiencia con McCracken, quizá él pueda darte la indulgencia que tanto necesitas.

Gerard se tensa y encara a Ray, sus rasgos impresos en furia y sus puños encajándose las uñas contra las palmas de las manos con fuerza. –No necesito una indulgencia, Frank es quien la necesita.

El moreno se lame los labios y cierra los ojos un segundo, tratando de buscar las palabras correctas antes de volver a hablar. –Gerard, tienes que intentar pensar con claridad y ordenar tus prioridades, tienes que darte cuenta de que la vida es lo menos justo que tienen los humanos y que no importa cuánto hagas por cambiarlo, nunca dejará de ser así; Los humanos están condenados al igual que nosotros, pero en su propia manera.

Los ojos del pelirrojo están oscurecidos y el semblante en su rostro es fiero, como el de un animal salvaje apenas contenido por una jaula de acero.

Ray comienza a caminar sin mirar atrás, esperando a que su viejo amigo le siga de cerca.

El infierno nunca había parecido tan cruel e impiadoso para un demonio.

...

-¡Camina!

Escribo pecados, no tragedias [Frerard] UBPLI1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora