Capítulo 2

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Capítulo 2.

Frank bosteza con fuerza una vez que sus parpados se dignan a abrirse. Había dormido toda la mañana y podía calcular que todo el día anterior, y la sed y el hambre lo está matando. Encoge su cuerpo para luego estirare hasta que siente frío en la punta de los dedos a causa del esfuerzo, luego con ayuda de un viejo y pequeño escritorio logra ponerse en pie.

Calcula que son las 12 del día y vuelve a bostezar, ansiando calmar el gruñir de su estómago y saciar la resequedad de su garganta.

Siente el cuerpo machacado pero no hace esfuerzos por recordar la última vez que estuvo despierto, porque sabe de memoria lo que siempre sucede.

Se mira ante el único espejo en la habitación, que al igual que éste también es pequeña teniendo espacio solamente para una cama y el pequeño escritorio de no más de medio metro cubierto en terciopelo rojo. Se intenta arreglar la ropa, tratando de disimular las arrugar que se han formado por toda la tela negra de su camisa y sus pantalones. Se acomoda cada prenda en su lugar y justo cuando se dispone a tomar la perrilla y salir de ahí, se detiene a observar su reflejo.

Lo primero que nota son las bolsas moradas enmarcando la parte inferior de los ojos, pasando a las manchitas amarillas que se forman comúnmente en las pálidas mejillas. Suspira.

Dobla el cuello de su camisa lo más que puede, dejando ver la reciente sangre que se ha cuajado en su garganta del lado derecho y ha dejado una gran mancha de rojo vino, haciendo esto para evitar que algún otro de sus amos quiera tomarlo, porque está prohibido beber del mismo cuerpo en un lapso de 4 noches. Y Frank sinceramente lleva agradeciendo toda su vida a esta regla.

Se sacude los restos de polvo de la camisa, porque Patrick odia con el corazón la falta de limpieza (Si es que él tiene un corazón, claro). Respira hondo notando la siempre molesta falta de glóbulos rojos que transporten el oxígeno a sus órganos, haciendo que Frank recuerde que es hora de comer y si llega demasiado tarde tendrá que esperar hasta que llegue la cena.

Sale de su habitación y encuentra todo en penumbras, como siempre, aunque se escuchan los cubiertos provenientes del comedor. Algunas antorchas alumbran los extensos pasillos que tiene que atravesar, y a veces algunos focos también le proporcionan luz. Un aroma a estofado de cordero le inunda las fosas nasales, provocándole un ligero mareo y asco.

Odia comer carne, lo odia desde que tuvo conciencia de que los animales y él no eran muy diferentes. Ambos eran el alimento de alguien más.

Pero una vez parado con un cuenco de cerámica negra en las manos, Frank no tiene más remedio que estirarse para alcanzar ser visto por la rechoncha anciana que sirve el alimento. Frank no es precisamente un muchacho alto, podría decirse que desde que nació estuvo previsto así, pero en realidad el pronto saqueo de su sangre le había hecho desarrollarse muy poco, eso y la desnutrición a la que estuvo sometido al ser privado de la leche de su madre le habían hecho crecer débil, enfermizo y anémico. Pero para los monstruos que en ese momento dormían en alguna habitación del piso superior, Frank no era más que ese cordero que comían en estofado todos los días.

La mujer le sirvió una generosa porción de caldo en cuanto noto los coágulos en su cuello, y lo corrió de ahí una vez un pedazo de pan cállese sobre los trozos de carne flotantes en el líquido.

Frank agradece a la mujer, pues las cicatrices que tiene en la espalda le han enseñado así.

Se encamina con el cuenco humeante a una de las zonas donde pueden comer, encontrándose allí con algunas otras personas como él. Algunas devoran el alimento con demasiada hambre, y otros solo miran la comida con deseo pero sin tocarla.

Escribo pecados, no tragedias [Frerard] UBPLI1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora