Capítulo 7

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Capítulo 7.

Lleva 60 segundos exactos sin poder despegar la vista del chico moreno que le mira divertido desde la puerta. 60 segundos exactos en los que su corazón comienza a latir de un modo antinatural y 60 segundos en los que siente que perderá la conciencia en cualquiera de ellos, pero no lo hace.

El chico de la puerta lleva un atuendo gastado del siglo pasado, con las rodillas rasgadas al igual que las mangas del saco color vino. Los ojos son marrones oscuros, y Frank podría jurar que nota en ellos un ápice de complicidad y maldad, además del notorio encuadre que causa el lápiz negro delineándolos. Como ha notado desde el primer segundo, tal personalidad sonríe de manera burlona, dejando al descubierto un par de colmillos filosos como dagas custodiando los costados de su boca.

Las manos le sudan y siente su cuerpo temblar, olvidándose por 60 segundos de que tiene uno de esos demonios justo a su lado. 60 segundos son suficientes para que el cerebro del más chico reaccione y de un salto se ponga en pie, con el instinto de supervivencia bombeándose por su sangre acomete hacía un lado, alejándose lo más que puede de ambos y acercándose a la ventana.

-¡He! Tranquilo –El hombre de la puerta se mueve y pone ambas manos frente a su pecho, demostrando que no tiene intenciones de hacerle daño. El pelirrojo que antes le acompañaba en la cama también se pone en pie y se mueve con rapidez, pero se detiene al instante.  

Frank intercambia miradas nerviosas desde su posición tan vulnerable hasta la puerta, y calcula sus mínimas posibilidades de llegar a ésta y salir vivo. El pelinegro da un paso al frente, aún con las manos haciendo notar que no lleva un arma, pero Frank no tiene miedo de lo que lleve en las manos sino de lo que porta en la boca.

-No te haremos daño… -Da otro pequeño paso y Frank empieza a considerar la opción de arrojarse contra el cristal, aunque eso signifique caer desde la segunda planta a seguramente el frío final de romperse el cuello o al menos 6 costillas.

-Porfavor no-no me toquen –Tartamudea con las manos temblandole como gelatina, olvidándose del dolor muscular y el de su cabeza.

El moreno y el pelirrojo intercambian una rápida mirada, y vuelve a hablar el de flequillo.

-No te vamos a lastimar… -Insiste.

Pero por alguna razón Frank tiene la necesidad de correr e intentar alcanzar la puerta, aunque ni siquiera puede llegar a dar dos pasos cuando un par de brazos fuertes y helados ya le sostienen por debajo de estos. Su instinto de huir es acallado por el instinto de supervivencia una vez recuerda que esos seres son quienes sostienen su vida en sus manos y que en cualquier segundo podrían resquebrajarla hasta hacerla polvo.

El silencio empieza a ser tedioso. Lo único que se puede escuchar es la respiración de Frank y los latidos de su acelerado corazón.

El menor clava sus ojos al suelo mientras su pecho sube y baja, y puede ver el humo blanco que sale por su boca en forma de aliento. La habitación se torna fría y el cristal de la ventana se congela en secciones, y de repente todo desprende una temperatura demasiado baja. Los músculos del humano se contraen en un intento por mantenerse caliente y sus dientes comienzan a castañear pasados segundos. Sus ojos siguen clavados hacía la madera de roble sobre la que está parado y sus manos tiemblan incesantes.

Suaves pisadas se escuchan acercándose a él, mientras su cuerpo pierde calor a cada segundo que pasa.

-Pete, suéltale… -Pide de forma tranquila mientras se inclina y mantiene todo su peso sobre una de sus piernas flexionadas, para quedar a la altura de Frank. El helado abrazo se deshace y sus más primitivos instintos le dicen que vuelva a intentar correr, pero algo en su pecho lo detiene al quedar frente a frente de esa pálida y helada cara, enmarcada por mechones de fuego escurriendo por los lados.

Escribo pecados, no tragedias [Frerard] UBPLI1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora