Primera parte: Pecados

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Primera parte: Pecados.

Las luces provienen de dentro de los faroles del auto iluminando la carretera únicamente arropada por la noche y la lluvia. La luna se distorsiona detrás de los cristales del auto, y los parabrisas intentan recuperar un poco de la visibilidad perdida. Dentro, el conductor tiene la vista fija en el camino sosteniendo firmemente el volante y con ambos pies dispuestos en el acelerador y el freno. A su lado en el asiento derecho de copiloto, un joven con aspecto de niño duerme con los labios ligeramente entre abiertos, respirando tenuemente y tiritando de frío aún en sueños.

El mayor se llama Gerard, y quién apoya su cabeza a en su propio hombro en una postura un poco incomoda es Frank. Las tenues luces que se cuelan por los cristales captan los ligeros estremecimientos y quejiditos que surgen de la boca del pequeño inconsciente sumido en sueños. Aún bajo la luz parda se nota lo pálido que lucen ambos cuerpos, solo que el frio parece no tener efecto en el cuerpo del conductor.

Los faros alumbran el ligero brillo de las gotas al caer y golpear con el asfalto, los árboles se distorsionan con la lluvia y el viento, lo azul del cielo se ha echado a dormir y ahora es la negrura lo único que les acompaña; ni siquiera hay luna esa noche.

Gerard por el rabillo del ojo escudriña el cuerpo de Frank; puede notar la ligera elevación del pecho de éste cuando respira, y admira aún con la poca luz su hermoso perfil tan fino y delicado. A pesar de que trata de evitarlo, aspira el aroma que hay dentro del auto y un ligero veneno baja por su garganta y su mano se mueve aún sin permiso hacía el cuerpo que reposa a su lado. Sus dedos se detienen unos segundos antes de que se hundan detrás de sus mechones de pelo tras su cuello, antes de que en un impulso de su propio merito he instinto le levante por la parte de sus 7 vertebras; en lugar de eso, sus dedos se posan en su frente y tintineantes tantean la fría piel, y no obtiene mayor respuesta que la que ya había notado antes. Sus manos descienden y sus dedos se pierden en el hueco de su cuello y su hombro, rasgando ligeramente la sangre seca que aún se aferra a la piel.

Gerard conduce bajo la lluvia sin problema alguno, el auto yendo suavemente sobre el pavimento mojado. Su mano acaricia la fría piel del menor, quien sigue sin hacer amago de moverse y cuyo único rastro de vida es el bombeo débil y casi imperceptible de su corazón, y eso es suficiente para no preocupar a Gerard.

Así conduce durante toda la noche hasta entrada la madrugada con los débiles rayos de sol que se cuelan de entre las nubes y el cielo gris.

El destino ha sido un motel en la entrada de un viejo gran pueblo o una polvorienta pequeña ciudad; Gerard no sabe lo qué es ni le interesa.

El viejo lugar apesta a humedad y las paredes tienen rastro de ésta, aun así luciendo una estructura elegante que nadie en realidad ha tomado en cuenta a parte de Gerard. La decoración es al estilo barroco y las pinturas hacen referencia a Degas, luciendo las típicas pinceladas de esté. La luz es tenue y proviene de pequeñas lámparas dispuestas por la pared. El mayor cruza en el establecimiento a grandes zancadas con la cabeza de Frank pegada a su pecho y el resto de su cuerpo siendo acunado por el mayor. Su respiración es tranquila al igual que la postura de Gerard.

-Una habitación. –Exige al recepcionista a medio sueño quien da un brinco y se espabila con los ojos rojos y los parpados pesados. El hombre de unos 28 años ni siquiera se detiene a escudriñarle ni se percata de la presencia de Frank hasta que alza la cabeza para preguntarle por el número de personas que desea hospedar. Gerard golpea al suelo con la punta de su pie esperando a que el hombrecillo jorobado de compleción flaca y de grandes ojeras moradas bajo sus ojos, le consiga una habitación y le extienda la llave.

Se puede leer “Gary” en la inscripción de su uniforme rojo con rayas blancas más parecido al disfraz que usaría un vendedor de palomitas en alguna feria. Gerard se detiene a mirar como el hombre mira una o dos veces más de reojo a Frank, y esto hace que le arda la sangre (Si es que se puede decir eso) en furia. Acuna de una forma más protectora al pequeño en sus brazos, haciendo que su cara inconsciente quede directamente entre su ropa, cuidando que su nariz y boca tenga espacio libre para seguir respirando. Gary al fin termina de anotar algunos datos en su vieja computadora de escritorio, blanca y ruidosa, y se gira hacía Gerard a pedirle el dinero, pero antes de que pueda hacerlo, un billete verde es extendido hasta la barra y el mismo Gerard es quien coge las llaves y sale de ahí.

Escribo pecados, no tragedias [Frerard] UBPLI1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora