Capítulo 6
Entre abre sus ojos y puede apreciar entre sus pestañas la tela sobre la que esta recostado… es terciopelo rojo. Siempre le ha gustado el tacto que tiene el terciopelo, porque cuando la yema de sus dedos toca la tela, es tan delicado y tan cálido, y Frank se siente en paz cuando duerme con una manta de terciopelo cubriéndole el cuerpo. Lleva con esfuerzo uno de sus dedos para tocarle, pero le es imposible sentir aquel trozo de tela.
Siente la punta de los dedos entumecidos, la boca seca y los ojos pesados. Tiene sueño. Sus pestañas se alzan un poco y papalotean por la habitación, pero la luz es escasa y él está demasiado cansado. Sabe que su cuerpo está temblando, pero no siente frío, en realidad, solo está concentrado en sentir la tela bajo su cuerpo.
Poco a poco comienza a sentir, y sí, el terciopelo es tan suave como lo recuerda. Pero también sus ojos se acostumbran a la luz y sus oídos y nariz despiertan. Lo primero que reciben sus recién despiertos sentidos es el aroma a hierro; Su nariz y su lengua saborean el gusto de su sangre, salada y caliente escurriendo por su cuello y goteando dentro de su boca. Sus ojos bajan a la tela, y la descubre manchada y húmeda por el mismo vital liquido que se le escapa por el cuello. Es entonces cuando el resto de su cuerpo comienza a despertar.
Su respiración se agita y parpadea con frecuencia, tratando de ver más allá de las penumbras. Se siente débil y entra en pánico cuando dos de sus dedos tiemblan y se dirigen a su cuello, donde se llenan del mismo líquido rojizo que lo mantiene con vida.
La habitación es fría y apenas si sus ojos distinguen un poco de luz debajo de la puerta, iluminando el pasillo que debe de estar al otro lado. Su dedo corazón e índice cubren la pequeña herida que arde y quema, en un intento imposible por parar las gotitas que surgen de bajo su piel.
Su corazón late con fuerza y es lo único que logra oír, escuchando la sangre moverse a través de las venas en su cuerpo, llenándose y vaciándose al compás de su pobre y cansado músculo cardiaco. Trata de respirar con regularidad, cosa imposible ya que al mismo tiempo desea hacer exactamente lo contrario. La anemia le aterra casi incluso más que morir desangrado.
Logra escuchar el silbido del viento y el golpeteo de una rama a una ventana. La mitad de la mansión en la que viven los humanos no cuenta con ventanas, ni una sola. Debe de estar en el segundo piso, en alguna habitación de aspecto antiguo con pinturas de hace cientos de años colgando de las paredes. La rama vuelve a golpear como si alguien tocara con los dedos para que le abrieran y le dejaran entrar, y el sonido del viento silva como si anunciara la tempestad de un tornado.
Frank mueve su otra mano después de varios intentos; Siente calambres en las puntas de los dedos, al igual que un hormigueo en la mayor parte del cuerpo. Su lengua hace un esfuerzo inútil por humedecer sus labios y su corazón sigue latiendo con fuerza sin importarle que así lo acerque segundo a segundo a quedarse sin algo que bombear.
Algunas gotas metálicas se escurren dentro de su boca y se acumulan como agua estancada, repulsiva y horrible. Frank intenta escupirla pero termina tragándola y tosiendo después, con los ojos cubiertos en lágrimas y las mejillas rojas.
Un par de cortinas blancas y roídas con aroma a podrido cubren el ventanal de la habitación, escondiendo tras de ellas la tormenta que se desata fiera por cobrar las hojas otoñales en el bosque a las afueras de la mansión. El aire es pesado y difícil de inhalar, haciendo más trabajoso los esfuerzos de Frank por mantenerse vivo.
Entierra con fuerza las uñas al terciopelo, sintiendo como poco a poco sus pulmones dejan de llenarse de aire, ahora solo recibiendo pequeñas bocanadas que se extinguirán en pocos segundos. Un reloj se escucha con su tic toc, haciendo eco, burlándose de Frank y sus segundos que se le escapan. La garganta se le cierra, rehusándose a seguir recibiendo aire y su pecho dejando de subir con normalidad, con un corazón desembocado igual o más asustado que Frank. La sangre que se escurre de su cuerpo le quema y la herida escuece de manera terrible. No ha cicatrizado y no lo hará, pues solo puede ser sellada por el mismo demonios que la causo. Así que la sangre sigue emanando de él como una fuente grotesca, de un aroma dulzón y salado que marea más, si es posible, al chico de cabellos negros.
ESTÁS LEYENDO
Escribo pecados, no tragedias [Frerard] UBPLI1
FanfictionEllos creían que algo como eso jamás había pasado, que los pecados y las tragedias vienen de la mano. Sin excepción. Pero la eternidad es realmente larga, y la inmortalidad realmente eterna, y sería demasiado egoísta asegurar que cosas así no habían...