Después de las cenizas - III

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3.      La eternidad que supone la inmortalidad

La sed es nuestra primera maldición. Somos criaturas que no necesitan aspirar ni espirar ningún tipo de gas, cuyos corazones no necesitan trabajar sin descansar un solo segundo, que no necesitamos agua ni carne ni muchas otras cosas que cualquier otra criatura necesitaría para mantenerse con vida. A nosotros, los malditos, solo nos hace compañía la sed eterna.

Pero, para nuestra suerte, la tierra de nadie está llena de corazones bombeando sangre, manteniéndola caliente para nosotros.

La primera vez que maté a alguien fue a un hombre de no menos de 60 años de edad. Su piel era áspera y rugosa, pero su fuerza fue prácticamente nula cuando intentó luchar contra mí. Ahora que lo pienso, creo que fue una excelente elección aquella noche. No tenía más de unos días desde que había renacido de las cenizas, mis sentidos habían incrementado en agudeza a tal grado que me perdía en ellos; Los restos humanos que aún seguían encendidos, como brazas en un fuego que muere, habían sido encerrados dentro de un cuerpo que no se sentía mío.

Ataqué al hombre cuando éste salió a encender la lámpara de aceite que mantenía alumbrada la calle que daba a su casa. Era una hora peligrosa para la época, a pesar de que en realidad no habían pasado más que un par de horas desde la puesta del sol; Se debía al constante ataque de asesinos en serie cuyos gustos, hablaba la gente, iban desde violar muchachos hasta canibalizar mujeres. El candil realmente no estaba lejos, no hacía falta más que dar unos cuantos pasos para atravesar el camino hecho por las carretas y los pies desnudos de los hombres que trabajaban en el mercado, para llegar a él.

No tengo muchos recuerdos de los primeros años, mucho menos los tengo de las primeras noches. Pero nunca olvidaré a aquel hombre.

Yo había estado caminando por las calles de Paris durante horas, las cervicales que no hace más de unos días habían sido fracturadas ahora no me resultaban ni un problema. No sé si es que nuestro cuerpo se mantiene o lo arregla todo una vez tenemos la sangre de los hijos del personaje muerte envenenando nuestro sistema, pero si es que tuve dolor o molestias en el cuello, no lo noté debido a la sed. La necesidad de beber sangre opaca todo lo demás, no pensarás en nada y no sentirás nada que no sea ella. Pero, podrías Intentar beberte el agua de un río y tu boca seguiría seca como un desierto. Solo la sangre humana podría atenuarla.

Salí de entre las sombras con poca gracia, mis zapatos rotos sonando contra los guijarros y la luz de luna iluminando tan solo un poco, lo suficiente para que él notara mi presencia. Dejó en el suelo el candil vacío y sostuvo arriba de su vista el que estaba encendido, intentando iluminarme. Todo de aquella escena es como un manchón de tinta, borroso y desastroso.

"¿A dónde vas, muchacho? Las calles a esta hora están cerradas, es peligroso."

Supe que el hombre tenía miedo por la forma con la que su mano, envejecida pero fuerte por pertenecerle a un hombre de trabajo, tembló un poco haciendo que la luz lo hiciera también. Recuerdo haber notado el vapor cálido que provenía de su boca y se elevaba un poco tan solo para desaparecer por completo en el aire helado de la noche. Recuerdo también el sonido de su corazón al latir.

Interrumpiré la historia una vez más para decir que, durante lo larga que ha sido mi eternidad, he tenido el placer de escuchar miles de ritmos cardiacos. Recuerdo habérselo mencionado a un médico nazi con el cual solía platicar cuando la tarde era muy calurosa o cuando el aroma de la sangre de los prisioneros apestaba tanto a enfermedad que me era insoportable.

Escribo pecados, no tragedias [Frerard] UBPLI1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora