XLIII. Amanecer

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Jessica

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Jessica

Los rayos de sol se colaban entre las rendijas de la persiana, iluminando levemente y de una forma cálida la habitación. Abrí los ojos lentamente, parpadeando repetidas veces, intentando adaptarme a la luz. Miré a mi alrededor y me di cuenta inmediatamente de que se trataba de la habitación de Max. Me acordé poco a poco de que me había invitado a pasar la noche con él, y yo acepté inmediatamente. Me había dejado uno de sus pijamas, aquellos que jamás usaba porque prefería ponerse una de sus camisetas blancas; tan solo eso.

Me incorporé en la cama para alcanzar el teléfono móvil. Necesitaba mandarle un mensaje a Daniel para decirle que todo estaba bien, y que no debía preocuparse. Pero, antes de que lo hiciese, él ya se había adelantado. En la pantalla de bloqueo del teléfono había un mensaje suyo. "Espero que lo hayas pasado bien. Iba a recalcar que usaseis protección pero ¿ya para qué?"

Sonreí nada más leerlo, pensando en qué cara habría puesto mientras lo escribía, tratando de ser lo más ingenioso posible. Sabía que tenía que irme de su casa, y que eso significaba que las cosas iban bien, pero iba a echarlo de menos, por mucho que siguiese siendo mi vecino. Me levanté de la cama, dejando el teléfono sobre ella, negando con la cabeza, todavía pensando en el mensaje de Daniel, sonriendo.

Anduve por el pasillo, movida por los ruidos que provenían de la cocina, para encontrarme a Max, muy concentrado, encargándose de lo que parecía ser el desayuno. Llevaba su ya más que común camiseta blanca y unos boxers blancos que se ajustaban perfectamente a la forma de sus glúteos. A él no le parecían afectar las ya bajas temperaturas de mediados de octubre en Mónaco.

Me acerqué a él, sin hacer ni un solo ruido, intentando sorprenderle. Su espalda ancha, con los músculos bien definidos, se dejaba intuir a través de la camiseta de algodón. Lo abracé desde atrás, reposando mi cabeza sobre su fuerte espalda, e inhalando su aroma, que se quedaba impregnado en la tela de la prenda que llevaba puesta.

-Buenos días -dijo girando su cuello, dejándome ver su cabello revuelto y sus ojos hinchados. No debía llevar mucho tiempo más que yo despierto, pues su rostro todavía conservaba las marcas de las sábanas. -Todo el mundo ha empezado a llamar para dar la enhorabuena, y me han despertado -bueno, al menos eran buenas noticias. Si habían llamado para dar la enhorabuena es que las cosas no iban tan mal.

-¿Y Christian? -pregunté, interesada por saber cuál había sido la reacción de su jefe, que parecía ser, hasta cierto punto, como un segundo padre para él. Sabía que era una persona muy importante en la vida de Max por la forma tan cariñosa en la que siempre hablaba de él, y es por eso por lo que era la reacción que más me preocupaba.

-Al principio se sorprendió y me repitió varias veces lo estúpidos que somos -no estaba mal, pues era lo esperado. Al fin y al cabo no estaba diciendo ninguna mentira. -Y después dijo, y cito textualmente "A ver si esto te sirve para madurar de una vez por todas y dejas de hacer gilipolleces".

Dangerous game | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora