XXII. Súplica

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Jessica

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Jessica

Aquella noche no hicimos nada. Pero nada de nada. Y me moría por hacerlo. Quería exprimir cada segundo con él, porque sabía que al día siguiente estaríamos cada uno en nuestra casa y no sabía cuándo volveríamos a vernos. Pero él se había negado a hacerlo. Decía que jamás tenía sexo la noche antes de una carrera, que no se concentraba al cien por cien si eso sucedía. Así que a la mañana siguiente me desperté de mal humor, sobre todo cuando lo vi todavía tirado en cama, con su pecho subiendo y bajando a un ritmo lento. Todavía dormía, tan solo cubierto por su ropa interior y la fina sábana blanca a la altura de su cintura, dejando su torso al descubierto.

Por un momento pensé en cuánto le odiaba. Le odiaba porque quería tenerlo para mi, para disfrutar de él, pero era imposible. Y quería que me hiciese suya, a primera hora de la mañana, al mediodía, por la tarde, antes de irnos a dormir, en la madrugada... me daba igual. Lo necesitaba, y no me importaba el momento del día. Ni siquiera me importaba cuántas veces lo podíamos hacer. Lo único que necesitaba era sentirle dentro de mi.

Me moví en la cama para levantarme. El despertador estaba a punto de sonar y lo apagué antes de que emitiese aquel sonido del averno. Me había despertado antes de lo normal. No había pegado ojo en toda la noche. La pasión y la ira que sentía contra Max en aquellos instantes me había consumido hasta tal punto que había sido incapaz de dormir. Y a él parecía no afectarle. Todavía dormía de forma placentera, y aquello hizo que me pusiese de peor humor. Odiaba que yo fuese la única que estaba molesta. Así que, cuando me levanté, hice todo el ruido posible. Me importaba poco si se despertaba. Es más, me sentiría satisfecha si lo hacía.

Me puse las zapatillas que nos había proporcionado el hotel y, caminando de forma sonora, fui al baño. Escuché a Max gruñir cuando cerré la puerta haciendo todo el ruido posible, y sonreí, satisfecha al lograr lo que me había propuesto. Iba a salirle caro el dejarme con las ganas la misma noche en la que me había pedido ir en serio con lo nuestro. Esperaba que, al menos, lo celebrásemos como era debido. Pero no.

Me lavé los dientes y salí del baño, con las zapatillas resonando cada vez que daba un paso. Aún estaba tirado en la cama, con el ceño fruncido cuando llegué hasta él. Parecía molesto, y sonreí para mis adentros.

-Puedes hacer más ruido, por favor? -dijo pasando la mano por su cabello, revolviéndolo todavía más de lo que ya estaba. -No sabes caminar normal? Pareces un puto elefante -protestó haciendo que ésta vez fuese incapaz de reprimir mi sonrisa triunfal.

-Es lo que pasa cuando decides ignorarme -respondí quitándome la camiseta que él mismo me había prestado la noche anterior, quedándome solo en ropa interior. Un tanga negro de encaje era lo único que llevaba puesto. Me miró de arriba a abajo, pasando la lengua por sus labios, humedeciéndolos, haciéndolos todavía más apetecibles. Sabía que estaba consiguiendo aquello que me había propuesto.

-No sé de qué estás hablando, yo no te he ignorado -se defendió incorporándose en la cama, quedando sentado, rodeando las rodillas con sus brazos, todavía analizando cada centímetro de mi anatomía al descubierto.

Dangerous game | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora