Dejarse llevar

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En el instante en el que mis ojos se cruzan con los suyos siento que el tiempo vuelve atrás. Vuelvo a sentirme como aquella chica que moría porque la mirara. El principal problema es que ahora no moría por él en ninguno de los sentidos románticos, y lo único que podía sentir en estos momentos era rabia. Por eso, cuando la noción volvió en mí y note su agarre en mi brazo, fue la rabia la que hablo por mí.

- No vuelvas a tocarme. – Le digo, sacando bruscamente mi brazo de su agarre.

- ¿Eso es lo único que vas a decir? – Me dice sorprendido aún por mi ataque.

- Yo no tengo nada que hablar contigo. – No se de donde saco la fortaleza para girar sobre mis talones y darle la espalda, esperando a que me deje en paz y vuelva por donde ha venido. En vano.

- Si crees que voy a dejarlo pasar y vas a marcharte otra vez, estas muy equivocada Coraline.

Volver a oír su voz refiriéndose a mi hace que me frene en seco, y que me gire a mirarle. Me observa suplicante, esperando una misera oportunidad para hablar conmigo. Una oportunidad que no pienso concederle.

- Yo no me voy a ninguna parte. – Le digo, acercándome a él, todo lo que me permite mi autocontrol. – Yo no huyo, no pienso volver a hacerlo. – Su mirada se suaviza, intentando dar un paso hacia mí, pero le paro, poniendo mi mano en su pecho e ignorando la corriente eléctrica que me recorre. – Te quiero jodidamente lejos de mí. No quiero verte, no quiero escucharte, ni mucho menos quiero oír nada que tengas que decirme.

Me separo de él justo cuando Leo y el resto aparecen a pocos metros. Me alejo de nuevo, mirándole a los ojos y por un momento, veo dolor en ellos.

- Aléjate de mí.

Y esta vez, me doy la vuelta, y no me detiene.

Seis días más tarde

El sol vuelve a desaparecer un día más en Roma. Siempre me ha fascinado la forma que tiene el tiempo de pasar con mayor o menor velocidad dependiendo de tu estado de ánimo. Cuando disfrutas y eres feliz, el tiempo pasa tan rápido que te preguntas como es posible que no hayas podido darte cuenta de ello. Por el contrario, cuando te sientes triste, las manecillas del reloj parece que nunca avanzan, que el tiempo pesa. Yo tenía clavado aquel tik tak en mi cabeza y no me dejaba dormir, pero lo agradecía, porque cada vez que cerraba los ojos volvía a ver los suyos y el dolor volvía a envolverme.

- Tienes una cara de pena ¿sabes? – Me dice Thomas cuando le abro la puerta. - ¿Has dormido?

- Yo también me alegro de verte amor. – Le digo con ironía.

- Cora. – Me llama de nuevo.

Una de las cosas que había aprendido desde que había comenzado mi trabajo como modelo era fingir. Actuar es algo que tienes que llevar en las venas cuando estas en este mundillo, y eso es lo que yo me había dedicado a hacer estos días. Iba al trabajo, volvía a casa y lloraba. Veía a los chicos, fingía que el encuentro de hace seis días no me había afectado y luego, cuando se iban, me pasaba horas mirando al techo hasta que el sueño me vencía y vuelta a empezar.

- Estoy bien. – Vuelvo a decirle.

- ¿Tu crees que no te conozco lo suficiente?

- No se trata de conocerme o no. Te digo que estoy bien, y tu trabajo como amigo es creértelo, hasta que yo te diga lo contrario. ¿Entendido? – Me mira totalmente en desacuerdo, pero finalmente suspira y asiente.

- Mañana es el cumpleaños de Leo. – Me acaba diciendo con cautela.

- Lo sé, no ha dejado de dar la tabarra con ello todos los días. – Digo sonriendo sin tener que fingir por primera vez en seis días.

RimaniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora