La caída

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Afrontar los recuerdos de aquel día aún me dolía. En ocasiones me sentía una niña a punto de lanzarse por un tobogán de metal en pleno verano. Sentía el dolor abrasante quemarme la piel a medida que consigo llegar al suelo. Era inevitable olvidarlo para volver a subir y volver a sufrir ese mismo dolor agónico, acompañado de las cicatrices de las quemaduras. Yo no tenía un gran recuerdo de aquella noche. La había vivido en Stand By, como si no me perteneciese, como si fuese un espectador en tercera persona. Lo único que permanecía cuando intentaba echar la vista atrás era el dolor. La señal de que alguien había muerto aquella noche. Y ese alguien era yo.

El silencio se cierne sobre nosotros cuando Damiano termina de contarme aquello. Ha evitado mirarme durante todo el relato, y he visto en sus gestos la misma aflicción que me produce a mi recordar todo aquello. Luego vuelve su mirada hacía mí y saca su cartera, le miro confusa, hasta que veo que dentro se encuentra esa misma carta que le deje hace un año.

- ¿La has guardado todo este tiempo? – Le pregunto mirándole a los ojos.

- Lo único que me dejaste fue esto, eran las últimas palabras que me habías dedicado y las guarde para recordarme lo que te había hecho. Jamás pude fumarme el cigarrillo que me dejaste. Intente aferrarme a lo único que me demostraba que habías sido real. Fue la experiencia más horrible de mi vida.

- Pero tú no me buscaste, no me llamaste, no hiciste nada. – Le digo más confusa que antes. – Volviste con Giorgia a las pocas semanas, seguiste con tu vida.

- Eso es lo que intentaba hacer ver Coraline. Me habías roto el corazón, me habías abandonado y ni siquiera podía culparte por ello. Cada día que pasaba era más duro que el anterior y todo había sido mi culpa. Tenías el teléfono apagado y me pase toda la noche buscándote por Roma en plena tormenta. Guarde todas tus cosas esperando que volvieras, pero te habías convertido en un fantasma y no podía soportarlo. Los chicos me odiaban, estoy seguro de que no me perdonaron del todo hasta que volvieron a hablar contigo. Tenía que soportar sus miradas de rabia, su falta de confianza en mí, y eso solo me provocaba más rabia hacia mí mismo. Finalmente comprendí que tu no ibas a volver e intenté seguir con mi vida, aferrarme a algo. Ya la había cagado con Giorgia, te habías ido por culpa de un error y decidí seguirlo hasta el final. No sé porque lo hice, supongo que todo fue la rabia. Y creía que eso sería suficiente, que con esta vida sería suficiente. Hasta que volviste, hasta que recordé todo lo que había perdido.

Le miro en silencio, tratando de entender los motivos por los que hizo todo aquello. Una parte de mí, aquella que se dejaba guiar por un corazón medio roto, elegía confiar en él, seguir su instinto y pensar que esta vez las cosas serían muy distintas a como habían sido. La otra parte, minúscula, que se encargaba de seguir a mi cerebro y a la razón, me pedían que me preservara. Tal y como había insinuado Leo. ¿Hasta qué punto todo aquello sería cierto?

- Que volvieras con ella solo confirmo lo que vi aquel día, ¿Sabes? – Le digo mirando al frente, pero notando sus ojos en mí. – Tengo vagos recuerdos de aquellos días, y a penas recuerdo aquella noche. Pero si recuerdo perfectamente lo que sentí cuando me enteré de que habíais vuelto. – Trago con fuerza, adentrándome en aquellos recuerdos que solo me traen dolor. – Yo había tratado de eliminar toda información que pudiese venir de vosotros. Me había cambiado de móvil, había eliminado las redes. Y además prácticamente estaba viviendo en la calle. – Su mirada se vuelve más sombría tras las últimas palabras. – Ese día estaba en una cafetería, llenándome el estómago por primera vez en días con el dinero que había ahorrado en trabajos de mierda. Había una pequeña televisión colgada del techo y estaban echando un programa de cotilleos cuando saliste en pantalla. Se me cerro el estómago de golpe. Me quede paralizada, y luego, cuando confirmaron que habíais vuelto, vomite toda la comida. – Una sonrisa amarga se extiende por mi boca, y siento el nudo en la garganta. – Después de aquello no me permití oír nada relacionado con vosotros.

- Lo que paso aquel día fue un jodido error. – Dice cogiéndome de la barbilla para que vuelva a mirarle. – Cuando estuvimos en Milán Giorgia se enteró. Me llamó diciéndome que hacía mucho que no nos veíamos y que ella también estaba esos días por allí, visitando a su madre. Nos llevábamos bien así que acepte tomarme un café con ella. Iba a decírtelo, pero ese día tu estabas en la facultad, haciendo un examen, y no habíamos podido hablar en todo el día. No quería decírtelo por mensaje, así que esperaba decírtelo cuando hablásemos esa noche. Ella me conto que estaba mal emocionalmente, ya sabes su enfermedad, y que lo estaba pasando bastante mal esos días. La abrace para darle ánimos y luego me beso. Me separé en cuanto me di cuenta. Ella me pidió perdón avergonzada. Decía que no sabía porque lo había hecho. Que echaba de menos que la protegiese. Me fui poco después. Ni siquiera sabía que nos habían sacado fotos. No había significado nada, y entonces quise esperar a contártelo en persona, cuando volviese. No contaba con que eso saldría a la luz y se acabaría malinterpretando todo. Te juro que aquello no fue nada Coraline. Un jodido error que me lo quito todo.

- ¿Y qué ha pasado ahora? – Digo apartando mis ojos de los suyos, conmocionada por toda aquella información. Sin saber cómo reaccionar.

- ¿Qué quieres decir?

- Con Giorgia, ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí conmigo?

- ¿Por qué? – Dice sorprendido. – Coraline te he dicho que te amo. Que iba a recuperar todo el tiempo que había perdido sin ti y que eres el amor de mi vida. ¿No es obvio que este aquí?

- No, Damiano, no lo es. – Digo levantándome y volviéndome hacia él. – Has pasado media vida con ella. Has creado tu propia y peculiar familia y os habéis ido a vivir juntos. Sé lo que habéis pasado juntos y sé cómo os miráis. – Noto el nudo en mi garganta, lleno de inseguridades que no me dejan respirar, y que vuelven a atacar tras tiempo ocultas. – Yo fui solo una relación tirita que tuviste después de esa ruptura. No puedes dejarlo todo por mí. No es tan fácil de creer. – Cierro los ojos para evitar que las lágrimas caigan, y oigo como Damiano se levanta y se acerca a mí. No tardo en notar como sus manos llegan a mis mejillas, y me limpian las lágrimas.

- No voy a permitir que llores por mi culpa nunca más Coraline. Jamás. – Niego bajo sus manos. – Ey, mírame. Mírame por favor. – Abro los ojos, encontrándome con su mirada penetrante. – La primera vez que te vi, sentí un escalofrío por todo el cuerpo. Me asuste incluso. No te conocía ni te había visto nunca, pero aquello me dejo tan tocado que tuve que hablar contigo. Jamás lo habría hecho de no ser por esa sensación. ¿Una persona como yo, que necesita intimidad a su alrededor y que no confía en casi nadie, hablando con una chica en un pub? Yo no soy así. Pero en cuanto crucé dos simples palabras contigo supe que necesitaba conocerte. No saliste de mi cabeza en los días posteriores. Quería volver a encontrarme contigo, y a la vez odiaba sentir esa necesidad por alguien a quien no conocía de nada. No tienes ni idea del control que has ejercido sobre mi desde el primer momento. Me enamore de ti como jamás había hecho con nadie. Cometí errores de los que me arrepiento y me alejaron de ti. Pero no iba a pasar la vida lamentándome por ello. Te amo Coraline, mi sitio esta donde tu estes y eso no cambiara por muchas vidas que pueda vivir. Ni ahora, ni nunca, y mucho menos por nadie.

- Pero Damia...

- No, no hay peros Coraline, somos tú y yo. Siempre lo hemos sido. ¿Quieres saber cómo lo he dejado todo? Hablando, hablando se entiende la gente. Le he contado toda la verdad, he sido sincero y lo ha entendido. Hemos decidido dejar lo nuestro exactamente donde debió quedarse, en el pasado, como personas civilizadas. Esta es la vida que quiero, y la quiero contigo.

Mantengo silencio, absorbiendo sus palabras, cada una de las cosas que he deseado oírle decir todo este tiempo. Y a pesar de todo, seguía siendo imposible llegar a su altura. Él, que siempre se había considerado Icaro, me estaba de nuevo dando alas para volar a su lado. Lo que Damiano no sabía, era que para mí simbolizaba el sol. Y me preguntaba si esta vez, con esas alas que él mismo me proporcionaba, sería lo suficientemente fuerte y capaz para llegar a él sin quemarme y alcanzar de nuevo el que parecía ser uno de nuestros mayores destinos, la caída. 

RimaniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora