Anestesia

177 9 1
                                    

Roma, 1 año y medio antes.

La oscuridad a mi alrededor se disipa poco a poco, el sonido de la lluvia golpeando con fuerza sobre el asfalto vuelve a mis oídos, al igual que el tacto del suelo sobre mi cuerpo. La garganta me abrasa como llamas incandescentes y sé que si intento emitir palabra no saldrán más que susurros y una voz rota de tanto gritar. La estancia se ilumina por un rayo, provocando que, por un instante, vea reflejada la sombra de mi cuerpo que yace en el suelo. Siento la quemazón en la mejilla, apoyada contra el suelo, y el dolor que poco a poco va recorriendo mi cuerpo, al compás de las sensaciones que van apoderándose de mi después de no sentir nada. Las lágrimas sobre mis mejillas me han resecado la cara y los ojos y apenas veo a través de ellas. No sé cuánto tiempo llevo aquí, ni hace cuanto comenzó a anochecer. Hacía mucho tiempo que no ocurría un episodio así, donde perdiese el control. Creía que habrían desaparecido, pero al fin y al cabo solo era una creencia, algo irreal. Me levanto de forma automática, sintiendo las ganas de vomitar hacerse presentes de nuevo, pero ya había perdido demasiado tiempo aquí. El resto del tiempo, me muevo de un lado a otro en este apartamento asfixiante que se ha vuelto demasiado pequeño para mí y que alberga tantos recuerdos de algo que no fue verdad que siento que me ahogo. ¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué? Me repetía una y otra y otra vez. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Por qué recogía mis cosas si no tenía dónde ir? El teléfono volvía a sonar insistentemente sobre la mesa, y yo dejaba que el sonido se disipara al igual que mi respiración. No necesitaba saber quién era el destinatario. Seguramente ya se habría dado cuenta de que algo andaba mal. Pero yo no iba a estar aquí cuando lo descubriese, era lo único que tenía claro. Comienzo a llenar la maleta de las primeras cosas que encuentro, siendo consciente de que iba a tener que dejar aquí todos los recuerdos que había construido. La universidad, la oportunidad que había encontrado aquí, a Stefano, a mis amigos, mi vida. Pero siempre había actuado por impulso, huyendo de lo que me hacía daño, y aunque hubiese querido pensar lo contrario, siempre había sido una niña asustada.

No recordaba momentos en mi vida en los que no hubiese tenido miedo. Era mi mayor aliado, lo único que jamás me abandonaba, y poco a poco, me había rodeado tanto, que había acabado por arrastrarme consigo. Todas las decisiones que tomaba, las hacía siguiendo lo que él me susurraba. Una vez leí en alguna parte, que no podía dejar que el miedo dominase mi vida, porque si no, ya no tendría una vida, solo miedo. Y mientras la tormenta desataba su furia sobre la ciudad eterna y las personas corrían para refugiarse en algún lugar, yo daba un paso hacía ella. Lo que jamás me había atrevido a hacer. Me giro una última vez hacía aquel portón, cerrando los ojos y dejando que las imágenes me encuentren una última vez.

- ¿De verdad tienes que irte Rockstar?

- Volveré antes de que te des cuenta de que me he ido.

- Sabes que no es verdad. Siempre noto tu ausencia.

- Estoy siempre contigo Coraline, cada paso que das, me tienes a tu lado. No lo olvides.

Me rodea con sus brazos, y yo, sin que se dé cuenta, le robo el paquete de cigarrillos que lleva en el bolsillo trasero, esperando que al menos esto, me recuerde que todo es real, que ha estado aquí.

- Te quiero Coraline.

- Te quiero Rockstar.

Saco un cigarrillo del bolsillo, sabiendo que la cajetilla y el otro cigarrillo restante en aquel objeto robado, contienen ahora el final de nuestra historia. Nuestro último adios. Enciendo el cigarrillo, miro hacia arriba y aspiro su aroma. 'Cada paso que das, me tienes a tu lado' Dejo que el humo me envuelva, y camino hacia la tempestad. Sintiendo que esta vez el miedo no podía alcanzarme, sintiendo que esta vez, la tormenta no podía ahogarme, porque a medida que el agua caía sobre mi piel, que los rayos iluminaban el cielo, que mis piernas se hacían más pesadas y mi corazón más desbocado, sabía que yo, que me alejaba de la ciudad que me había devuelto a la vida, ya había muerto aquella noche.

RimaniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora