18 | Dudas y destino

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Hacía pocas horas que se había ido Carol, estaba algo sentimental. No conseguía parar de llorar, miles de lagrimas recorrían mi rostro sin parar. Echaría de menos sus bromas, su amabilidad, a toda ella. El poco rimel que me eche estaba esparcido por mis mejillas. Los demás habían ido a sus casa para poder dormir un poco más, supongo que no les afectaba tanto.

Estaba caminando hacia los acantilados. El cielo estaba despejado, por alguna razón el viento traía un olor a salitre poco habitual. El camping estaba desolado, la mayoría de personas seguían durmiendo menos un par de jubiladas que paseaban a sus perros todas las mañanas mientras que se ponían al día sobre las polémicas del Sálvame y este tipo de canales. Unos pasos se oyeron detrás de mí.

—¡Zoe! —se oyó desde la distancia. Me giré para ver quien era.

Era Mike.

Me detuve.

—Zoe, ¿te apetece dar un paseo juntos? Creo que tenemos que hablar —dijo él con la voz entrecortada por haber corrido.

—Supongo —dije yo sin ganas. No tenía ganas de hablar de eso ahora mismo, ni de nada, pero sí que teníamos que hablar.

Empezamos a caminar, había un silencio bastante incómodo.

—¿Qué tal el día? —preguntó él con un tono dulce.

—Una mierda —respondí tajantemente. Se quedó asombrado con mi respuesta.

—¿Puedes contármelo si quieres? Mejor que este silencio... —contestó él.

—Resulta, que mi mejor amiga se va a mudar a miles de kilómetros de mi y se ha ido esta mañana. Así que por ahora el día es una mierda —exclamé casi gritando. Me hervía la sangre y estaba enfadada, sabía que nadie tenía la culpa, pero me sentía así.

No dijo nada. Por unos momentos se quedó pensativo. Se abalanzó sobre mí y me dio un abrazo. Lo hizo con fuerza, tanto que por momentos casi no podía respirar. Yo hice lo mismo, me agarré a él como si fuera a caer desde un edificio.

—Gracias —dije yo.

El no respondió, pero con su mirada me decía que estaba y estaría siempre. Supongo que nunca me libraría de esos preciosos ojos verdes.

Llegamos a la entrada del sendero.

—Quería hablarte de una cosa —su voz perdió esa seguridad característica de él.

—¿Qué?

—¿Por qué saliste corriendo? —preguntó el timidamente.

—No estoy preparada Mike —respondí con sinceridad, me costó más de lo que pensaba materializar esas palabras.

—¿Pero por qué? No es tan diferente de lo que hemos hecho —contestó él. Esas palabras dolieron tanto como una apuñalada, al mismo tiempo me enfadaron.

—No tengo ni idea de por qué es, pero solo de pensar en eso me tiemblan las piernas, se me acelera el corazón y miles de cosas horribles se me pasan por la cabeza. Casi me violan Mike. Puede que tu lo recuerdes vagamente, pero para mi es el peor día de mi vida —respondí yo gritando delante de su cara. Más lágrimas, dos grandes manchas negras se extendían debajo de mis ojos. Caí al suelo como una hoja en otoño. No podía más.

—¿Estás bien? —preguntó el

—No lo sé —respondí yo algo más tranquila

—Me da igual que no podamos follar, podemos hacer muchas otras cosas. Te esperare Zoe —me susurró él al oído. Yo le di un beso en la mejilla.

—¿En la mejilla? —preguntó él.

—No me apetece más —respondí yo. —Solo me apetece llegar a los acantilados, sentir el viento y acostarme en tu pecho hasta que caiga la noche, aunque parezca un poco cursi.

—Me encantaría, acosadora —me susurro al oído tranquilamente. Era un apodo muy común y algo cutre, pero él lo hacía sentir como si fuera único.

Me cogió y empezó a caminar, yo me agarre a su cuello y apoye mi cara en sus pectorales.

Quince minutos después estábamos en lo alto de los acantilados. No era el lugar donde normalmente me paraba. Estaba situado algo más al este y con más altitud, tenía más flores silvestres que mi rincón. El viento azotaba con más fuerza.

Había margaritas, dientes de león listos para echar el vuelo, lavanda, campanillas azules, rosas silvestres...

—Es precioso, ¿cómo se llega aquí —pregunté yo.

—Desviándote un poco del camino y adentrándote un poco en el bosque —respondió el.

Nos sentamos en la hierba. Se podía ver parte del pequeño pueblo y desde lo lejos las pequeñas siluetas de casas en la montaña, que realmente eran enormes.

Mike me rozó la mano y poco después me la agarró con timidez.

Todo era precioso.

Le mire.

Sus ojos brillaban, brillaban al verme, al estar conmigo.

Le acaricie la mejilla y le di un beso en los labios

Un beso pasional.

—Zoe quería preguntarte algo –dijo él.

—¿Qué? —respondí

—El destino me ha reencontrado contigo múltiples veces, me ha puesto en tu vida y a ti  en la mía. Yo no soy quien para desobedecer al destino. ¿Zoe Rios quieres ser mi novia? —sus palabras sonaron dulces como una preciosa melodía de verano. Al final su cara se tiñó de un precioso rojo.

—Como tu has dicho quienes somos para desobedecer el destino —respondí yo ante su petición.

Al oír la respuesta me beso,

me beso con fuerza,

con la fuerza de mil huracanes,

mil huracanes con grandes lluvias,

lluvias en las que ahora bailábamos,

bailábamos con un beso,

un beso que nos unía,

nos unía en un solo corazón.

un solo corazón, Mike y yo

Ni ellos lo entienden✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora