20 | El pasado en el presente

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Mike Anderson

—Gilipollas ¿porque coño no has llevado hoy al niño a clase?¿Para qué gastamos tanto dinero en los colegios si luego no los llevas? —gritaba venenosamente. Era un hombre de unos treinta años, estaban en un lujoso salón con una gran lámpara de araña. Tenia el pelo negro como la noche y unos ojos de los que rebosaban desprecio. Tenía un cuerpo atlético y facciones bien marcadas. Además, vestía con un bonito traje hecho a medida y un caro Rolex en la mano derecha. 

Sacudí la cabeza intentando alejarme de aquel oscuro recuerdo

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Sacudí la cabeza intentando alejarme de aquel oscuro recuerdo.

Nos quedamos abrazados alrededor de la inmensa oscuridad. Zoe estaba a mi lado, odiaba que la gente me viera débil y vulnerable.

—Puedes marcharte, ya estoy mejor —dije intentando sonar lo más firme posible en cuanto reuní la suficiente fuerza como para mantener mi dignidad. Ella se quedó asombrada.

—¿Qué dices?¿Por qué? —pregunto desconcertada.

—Gracias, pero no quiero seguir lamentándome —exclame tajantemente y entre en la caravana. Zoe se quedó detrás de mi inmóvil y probablemente muy enfadada. Cerré la puerta y la perdí de vista.

Entre en la habitación, me tumbe en la cama e intente no hundirme y no derramar más lágrimas. Esto era una mierda.

Alguien tocó a la puerta. No respondí, no me apetecía lidiar ahora mismo con nadie de mi familia. Volvieron a tocar, pero esta vez algo más fuerte.

—¡Pasa! —grité enfadado. Era mi hermano pequeño, Alex. Tenía el pelo del mismo tono que yo, pero sus ojos eran azules claros. Tenía lágrimas contenidas en ellos. Se sentó al final de mi cama.

—Mike, ¿dónde está mamá? —preguntó, su voz sonaba entrecortada. Era frágil como el cristal. No sabía qué contestar, cuando todo explotó él estaba fuera con sus amigos, había llegado hacía unos minutos, además no tenía ni idea del pasado. Cuando aquello era solo un bebe.

—Mamá se ha puesto malita y ha ido a un sitio para que la curen —me limité a decir. Todas esas lágrimas contenidas se desataron y empezaron a deslizarse a través de su rostro. Salió corriendo y me rodeó con los brazos. Hundió su cara en mi pecho y lloró sin control.

—Ya está, no tardará en volver —le susurre a la oreja.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —afirmé. Ojalá fuera cuestión de prometer. Se secó las lágrimas y se marchó.

—Te quiero —dije antes de que saliera por la puerta

—Y yo —contestó él.

Estaba solo a oscuras, rondaría la una de la mañana. Era incapaz de dormir, cada vez que cerraba los ojos volvía a esos horribles recuerdos, que hacía mucho que estaban enterrados y quería que siguieran así. Perdidos en mis recuerdos, tanto que nunca volvieran aparecer. No podía más, mis ojos eran tan pesados como el plomo y al final cedieron.

Ni ellos lo entienden✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora