15 | El faro y la anciana

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El sol estaba en lo alto del cielo, corría, apenas se la podía ver debido al temporal. Grandes nubes negras adornaban el cielo y de vez en cuando rayos lanzados con furia desde el olimpo lo iluminaban. Corría por escapar de mis demonios, por no mojarme, por desaparecer... No tenía clara la razón, en algún punto solo corría y lloraba.

Llegue hasta el faro, un poco más allá del puerto.

Me senté en una piedra cerca del inmenso faro, producía un gran rayo de luz que si lo mirabas directamente te hacía daño. Estaba empapada desde los pies a la cabeza.

No sé cuánto rato pasé sentada en la piedra. Estaba sumida en la oscuridad. Lamentándome. Una pequeña luz se acercaba a mi.

—Jovencita, ¿qué haces aquí? —preguntó una voz antigua.

—¿Qué? —pregunté, porque debido a la tormenta no pude escucharlo bien.

—¿Qué haces aquí? —repitió la voz

—Llorar —respondí yo. Que respuesta mas triste.

—Ven —me agarró del brazo con fuerza y me arrastró como si fuera un saco de patatas hacía el interior del faro.

Había unas grandes escaleras de caracol, daba la sensación que llegaban hasta el mismo cielo. Empezamos a subir en silencio. Era una mujer de avanzada edad. Tenía el pelo grisáceo como la misma luna. Un rato después llegamos. Había un pequeño apartamento debajo de la potente luz. Era de forma circular y totalmente diáfano. Había sillones y alfombras de colores chillones.

Me senté en un pequeño sofá de color naranja y me rodeo con una gran toalla para secarme. Ella fue a preparar unos chocolates.

—¿Te has perdido o algo? —preguntó

—No, simplemente he tenido un mal día —respondí. Ella asintió y se sentó a mi lado. Tenía los ojos de un color miel. Tenían un brillo especial, tan intenso como el mismo faro.

Un gran trueno retumbó.

—Parece que no vas a poder marcharte hasta dentro de un rato —dijo la anciana. —Si me permites ¿porque estabas llorando?

Todo volvió a empezar otra vez. Estaba yo paralizada viendo esos ojos del mismo diablo verme como a una muñeca nueva. Recordaba sus roces, su tono de voz, su olor...

—¡Niña! —gritó la anciana. Gracias a eso había salido de esa pesadilla. Tome un sorbo de chocolate.

—Lo siento, es difícil de explicar —respondí yo con un par de lágrimas.

¿Porque coño no era capaz de olvidarlo, de pasar página? Llevaba casi dos meses con mi psicóloga y era incapaz de ver un condón cerca de mi.

—Perdona, una cuanto más mayor se hace una más cotilla se vuelve —se disculpó la anciana

—No pasa nada

—¿Vive aquí sola? —pregunte

—Si, hace muchos años que mi marido se murió

—Lo siento —susurré yo

—No pasa nada, niña. La muerte es parte de la vida, al igual que los días de mierda —contestó ella.

—Supongo —respondí yo. —¿Le quería mucho?

—Más que a mi propia vida

—¿Entonces cómo pudo con tanto dolor? ¿Cómo pudo superar algo tan terrible?

—Con tiempo, el tiempo lo cura todo. Hasta la peor desgracia. Cuando no podía más buscaba la luz en la oscuridad, al fin y al cabo ese es mi trabajo. Dar luz entre las tinieblas. Cerraba los ojos y me acordaba de los mejores momentos con mi marido: su risa, sus caricias... —Una pequeña lágrima le nació y descendió hasta finalmente desaparecer entre su arrugado rostro.

—Gracias —conteste yo

Le abrace

Era una mujer afortunada, a pesar de haber millones de personas había encontrado a la idónea, a su complemento y ni la muerte les separó, solo hacen falta dos ojos para saber que esa mujer seguía enamorada de su difunto marido, que una parte de él vivía gracias a ella.

La tormenta poco a poco se apaciguaba. Salimos las dos al balcón, ya casi no llovía. La tormenta se estaba alejando, esas nubes negras como el alquitrán se disipaban. El mar estaba precioso, tenía una fuerza impresionante. Se podía ver toda su infinidad y mucho más.

—Tengo que marcharme —dije.

—Lo supongo, ven a visitarme alguna vez, niña —pidió ella.

—No tengas dudas de eso —respondí yo —por cierto soy Zoe —de alguna manera no nos habíamos presentado.

—Soy Mari Carmen —respondió ella.

Le di un abrazo y salí por la puerta. 

La infinidad de escaleras estaba a mis pies, agarrada a la barandilla exageradamente bajé poco a poco para no caerme.

Media hora más tarde conseguí llegar hasta abajo.

El sol no tardaría en esconderse.

Supongo que la señora tenía razón, el tiempo lo cura todo: las tormentas se van, los problemas se resuelven... a veces solo hace falta buscar las fuerzas necesarias para seguir adelante, solo hacía falta buscar la luz en la oscuridad o simplemente a que pasara todo. 

Ni ellos lo entienden✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora