Capítulo 30

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Había algo en el sol jugando con los rizos de Harry que cautivaba a Louis. Cómo esos bucles caían por debajo de sus hombros, remolinos castaños, suaves y sensuales, que atrapaban la luz como si les perteneciera. Las gafas negras a modo de diadema, mechones que se enredaban entre ellas, un rizo más rebelde que iba en el sentido contrario al que Harry lo había colocado, detalles que hacían que no pudiera apartar sus ojos de él.

Él parecía ajeno a su observación, se había adelantado unos pasos, cautivado por el mercado donde paseaban esa mañana de domingo, y curioseaba en los diferentes puestos sin saber que el sol brillaba porque él estaba ahí. Sonreía a los vendedores y se había detenido para charlar con una mujer mayor que tenía un puesto de frutas frescas, se detuvo en admirar los colores exóticos y los olores que desprendían las especias del puesto asiático y compró flores de hermosos y alegres colores que, ahora, cargaba en su brazo derecho. Hubo un momento en el que se giró buscando a Louis, sonrió cuando sus miradas se encontraron, su rostro semioculto por las flores, destacando sus ojos verdes, dos luceros que brillaban para él. Las piernas se sintieron débiles y sus manos temblaron, su estómago revoloteó inquieto y una sonrisa tímida luchó por salir. Nunca había dudado por el amor que tenía por Harry, pero justo ahí, admirándole en toda su esencia, en su máxima libertad y belleza, ahí supo que no había vuelta atrás, que lo que sentía por él sería para siempre y tal realización le hizo feliz.

Era curioso para Louis ver como eran ahora, después de idas y venidas, de estar separados, de intentarlo y volver a tropezar, ver como su amor era diferente, más conscientes de las heridas y más unidos en repararlas. Como antes de la discusión todo eran pasos tentativos para saber donde se encontraban, averiguar qué sentían y hacia donde iban. Pero, ahora, el camino era claro, era la mano de Harry sujetando la suya, eran planes de vivir juntos, de encontrar un nuevo trabajo, de probar un restaurante diferente, de elegir una vajilla nueva para el apartamento, era la ilusión de Harry por decorar con flores, de visualizar cenas en la terraza en verano... era el tiempo indefinido juntos.

Era dar pasos juntos, apoyarse y comprenderse, descubrir que significaba realmente ser una pareja, sin presión exterior, sin miedo al que dirán y sin esconderse. Era la más pura libertad ante ellos.

Louis se acercó hasta Harry y colocó su mano en la parte baja de su espalda, pellizcó suavemente en su cadera y lo atrajo más así mismo. El olor de las flores cosquilleaba su nariz y la calidez del cuerpo de Harry se camuflaba en el clima, alguien tocaba la guitarra a lo lejos y las voces a su alrededor eran meros espectadores de sus sentimientos.

-He pensado comprar algunas especias para el apartamento-comentó Harry volviendo la mirada al puesto de especias, docenas de ellas se exponían en pequeños cestos de mimbre, en un mostrador de madera de dos niveles, una señora mayor, de rasgos asiáticos y melena corta morena, les sonreía al otro lado-¿Te parece bien?

Harry le tendió el ramo de flores a Louis y se acercó a los cestos para oler las especias, mirarlas de cerca y murmurar cosas para sí mismo. Louis se había dado cuenta de que Harry seguía haciendo esas preguntas, pidiendo permiso para hacer cambios en el apartamento y moviéndose por él como un lugar extraño. Louis hacia lo mismo en el de Harry, habían hecho su propio hábitat en su habitación, pero fuera de ella aun era el lugar de otra persona más. La expectativa de irse a vivir juntos había sonado como música celestial en sus oídos, imaginar un sitio de ellos dos exclusivamente, un sitio al que ambos llamaran hogar y no simplemente apartamento, un lugar del que sentirse parte y no solo miembro.

Pero no estaba seguro de que Londres fuera ese sitio.

-Compra lo que quieras-aceptó con una media sonrisa y acomodó las flores en su regazo-. Reconozco que no tengo muy bien equipado ese lugar.

Let me inside | L.S. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora