Epílogo

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Había algo increíblemente fascinante en construir un hogar con Harry.

Porque, aunque habían compartido días juntos en sus respectivos apartamentos, y se habían acostumbrado a la voz rasgada de las mañanas y el sonido de las respiraciones en las noches, a las duchas rápidas de Harry antes de ir a trabajar y el té antes de ir a dormir de Louis, a las ganas de cocinar de Harry los sábados y la insistencia de Louis por hacer cualquier cosa los domingos por la tarde... A pesar de todo eso, le seguía sorprendiendo como podía caber universo entero entre cuatro paredes y Harry.

Se habían mudado rápidamente al pequeño apartamento, ese donde la luz entraba en las mañanas soleadas y las estrellas en las noches despejadas. Tan rápido fue, que solo tenían cajas llenas de recuerdos y un colchón debajo del tragaluz, pues Harry se había enamorado de aquella ventana a un cielo infinito y sus ojos eran más hermosos cuando miraban a través de ella. Al principio no necesitaban nada más, su mundo entero giraba en torno a ese colchón, donde el tiempo se paraba y la vida era aquello que transcurría en los besos que se daban, en las caricias y en recorrer los cientos de lunares que recorrían el cuerpo de Harry.

Las sábanas eran suaves y creaban formas hermosas alrededor de su chico, adoraba vivir en la calidez de su cuerpo, rodeado por sus brazos, haciéndolo sentir de alguna forma más pequeño. Era perderse entre los rizos chocolate de Harry, descubrir nuevas tonalidades dependiendo de la luz, era perderse en sus ojos, cayendo a un pozo esmeralda que lo atrapaba y asfixiaba, pero no queriendo salir a la superficie. Era amarle hasta que se agotara el aliento, deseando volver a respirar solo para entregarle de nuevo hasta el último suspiro.

A veces incluso comían ahí, rodeados de risas, bromas y besos, miles de ellos. No podían parar de besarse, a veces durante días, sin necesitar salir al mundo exterior, construyendo su propio refugio debajo de aquel cielo que los observaba. Cuando compraron una televisión, la colocaron delante del colchón y abrazados veían películas en blanco y negro, retando al mundo a encontrar una historia de amor más hermosa que la suya.

Y se hicieron el amor incontables veces. Louis amaba cubrir el cuerpo de Harry con el suyo, amaba enterrarse entre sus piernas, escuchar su nombre en los susurros de placer que Harry dejaba escapar de su boca, sus grandes manos aferrarse a su espalda, sus labios llenos quebrarse por aliento, sus ojos nublados pidiendo más.

Cuando reconocieron que no podían seguir trabajando desde ese pequeño nido en el centro de su universo, compraron una mesa comedor, que colocaron junto al gran ventanal que daba al patio delantero, justo donde Harry lo había visualizado. Y sentados uno junto al otro, jugaban con sus pies mientras pretendían trabajar, observándose por encima de sus papeles y pantallas de ordenador y haciendo pequeños descansos para servirse una taza de té.

Harry se había encargado de cerrar la librería con la ayuda de Nellie, habían hecho un gran trabajo vendiendo la mayor parte de los libros, tanto en la tienda como en un pequeño puesto en el mercado del ayuntamiento, los que habían sobrado, los donaron a diferentes asociaciones de caridad y algunos también se los habían quedado. A mediados de septiembre había empezado en su nuevo trabajo como asistente de un editor de la Universidad, pasándose horas leyendo diferentes manuscritos que descartaba o aceptaba, antes de que su jefe decidiera cual continuaba en el proceso.

Louis adoraba mirarle leer, concentrado, con su ceño fruncido y mordiéndose la uña del dedo pulgar, escribiendo notas con rotulador azul en los márgenes y consultando dudas con su jefe. Sabía cuándo estaba inmerso en su trabajo, porque se recogía el pelo en un moño alto y jugaba con la taza de café, casi podía olvidarse de la presencia de Louis y éste aprovechaba para dibujar cosas obscenas en sus apuntes con una sonrisa traviesa.

Let me inside | L.S. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora