Los copos de nieve caían con lentitud para reunirse con sus amigos. El frío se colaba por su ropa y lo abrazaba con fuerza hasta dejarlo temblando, a veces el viento le daba un beso y dejaba fría su mejilla.
Y prefería sentir el frío que sentir que se quemaba y derretía por la primavera.
La nieve se pintaba de rojo, los ojos verdes se dirigieron hacía el pequeño camino que había hecho y suspiró, dejó que el frío lo abrazara ya que ahora estaba en la cama de nieve.
Cerró sus ojos, podía sentir como su vida se iba más rápido, el frío lo estaba congelando y sentía todas sus extremidades frías pero su pecho y estómago estaban muy calientes, casi hirviendo.
Podía sentir como la nieve besaba su cuello y lo mordía para inyectarle algo de anestesia, aunque podía oler ese asqueroso aroma a podrido después de su alfa lo haya rechazado.
Quería seguir adelante, ¿pero cómo lo iba a hacer? Su omega cayó en depresión, ocasionando que perdiera al pequeño frijol que comenzaba a formarse en su útero.
Su omega debía protegerse a si mismo, sonará algo triste, pero el embrión debía morir para poder salvarse, y eso hizo su omega. A la tercera semana, desechó al embrión, era muy pequeño, pero le estaba quitando vida.
El olor a podrido era parte de su rechazo y el dolor de perder al único souvenir que Katsuki le había regalado, y ahora que no lo tenía, la depresión besó su frente, cubriéndole con su manta de llanto, rencor y humillación.
Katsuki Bakugo ya tenía otra omega, más linda, más graciosa, con un buen puesto.
Todo lo contrario a Izuku.
En un intento de ya no olerse a si mismo, decidió cortar sus glándulas aromáticas y retirarlas, pero aún así podía sentir algo de lo podrido gracias a las demás, pero ya era pasable, ya no sentía ganas de vomitar a cada minuto.
Abrió sus ojos y observó como ahora la nieve estaba roja, su cuello seguía sangrando y sus muñecas bañaban su ropa y la demás cama blanca, suspiró y volvió a cerrar sus ojos.
Un omega usado y desechado era peor que la mierda. Más cuando se enteraban que el alfa lo preñó.
Sus amigos se quejaban de su olor, de sus constantes lloriqueos. Le decían que no debía ser egoísta y dejar que Katsuki Bakugo fuera feliz, que todo ya había terminado entre ellos y que le agradeciera al rubio por haberlo escogido a él primero.
Huyó de ese lugar, ya era bastante el dolor de que el alfa lo haya rechazado, pero sentir el rechazo de parte de sus amigos, lo rompió más.
Escuchó pisadas acercándose, un pequeño gato negro con ojos azules ahora estaba frente a su cara, Izuku sonrió y dejó que el pequeño felino lamiera su cara y se frotara en sus mejillas.
El cansancio besó sus labios, el frío le dió un último abrazo y el felino se acurrucó a su lado, escuchando por última vez al lindo animal azabache ronronear. Escuchando el sonido del aire. Oliendo, finalmente, el aroma a felicidad de su omega.
. . .
Sus manos temblaban, podía ver los mensajes de los demás hablando y preguntando sobre el peliverde, queriendo saber el paradero de este porque escucharon en las noticias y parientes que un omega se había suicidado.
Sus piernas reaccionaron con rapidez y ahora estaba de camino al único lugar en donde sabía que podía estar él.
Los minutos se hacían eternos y lo odiaba.
Pero más odiaba la idiotez que había cometido al dejar a Izuku, aquél que se enamoró de todas sus imperfecciones y no pidió nada a cambio.
Llegó a la pequeña casita, entró con rapidez empujando la puerta, el asqueroso aroma a rechazo que él había causado inundó sus fosas nasales, su alfa estaba sollozando y buscando al omega.
Corrió al patio de atrás y empezó a sollozar, el pasto tenía la sangre seca de su omega gracias a la nieve que ahora estaba derritiéndose.
Se tiró al suelo y empezó a gritar del dolor, su alfa ahora estaba saltando de un puente, dejándolo solo como él siempre lo quiso, igual que él dejando a Izuku.
Pudo ver a un pequeño niño de ojos azules con bonitos cabellos negros acercándose a él, el chiquillo sonrió y empezó a reír.
“Me alegra verte, Katsuki Bakugo, ahora sufrirás lo que Izucchan sufrió por tu culpa"
En un abrir y cerrar de ojos, el niño corrió hacía él y cortó su cuello y sus brazos, el cenizo empezó a ahogarse con su propia sangre y miraba con terror al infante, quien después era un adolescente y después un adulto.
Sus ojos azules lo miraban como un gato a su presa, lista para saltar, desgarrar su piel y matarlo.
“No, matarte es muy fácil. Debes sufrir lo que él sufrió. Llorar como él lloró.”
El pelinegro se inclinó y tocó su frente, ya no estaba ahogándose, pero seguía saliendo sangre.
“Vivirás con el pensamiento de que tú, Katsuki Bakugo, mataste a Izuku Midoriya. No serás capaz de morir, aunque lo intentes, ya no tendrás el hermoso privilegio de saber que la muerte viene por ti. Debes pagar por tus actos, llorar, gritar. Nadie te ayudará.”
El chico sonrió con malicia, metió sus manos en su gabardina negra y se enderezó, miró a Katsuki quien estaba sollozando y el azabache empezó a reírse.
“Que tengas una buena vida”
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