• . . • . ⋆₊⊹Eggsy no es el único candidato para convertirse en el nuevo Lancelot. Harry tiene a su hija, Anahid Hart: letal, brillante y con una lengua tan afilada como sus cuchillos. ¿El problema? El problema es que, aunque tiene todo lo nec...
—Lamento entrometerme, pero hay una forma más sencilla de llevar a alguien a casa: simplemente Rohypnol.
Cuando el tipo terminó de hablar, empecé a oír distorsionado y a ver borroso. Instintivamente volteé hacia Roxy: estaba recostada en sus piernas, como si se estuviera durmiendo. Miré a Eggsy y estaba igual o peor. Saqué una daga de mi muslo, pero empecé a sentir los párpados pesados, a cabecear. Le lancé el cuchillo, dándole de lleno en el hombro.
—Veo que es más resistente a la droga, señorita Hart —se burló el hombre mientras se sacaba el cuchillo. No pude más y me desplomé encima de Eggsy.
⠈⠂✧ ── · ✦ · ── ✧⠐⠁
Abrí los ojos confundida y con un dolor de cabeza insoportable. Traté de levantarme, pero cuando jalé mis manos me percaté de que estaba atada. Entré en pánico al notar que también lo estaba de los pies.
Miré a mi alrededor para ver dónde estaba. Estaba en las vías de un tren. Y justo enfrente, el hombre de antes, mirándome con una sonrisa burlona.
—¿Qué demonios crees que haces, maldito psicópata? —pregunté con puro enojo, forcejeando para tratar de liberarme. —¿Esta navaja salvaría tu vida, verdad, Anahid? —se burló, jugando con la navaja que tenía en la mano.
Segundos después escuché el ruido de algo acercándose... no algo, un tren.
—Tiene que ser una puta broma —bramé mientras intentaba soltar las ataduras. —Mi empleador tiene dos preguntas para ti, Anahid: ¿qué demonios es Kingsman y quién es Amber Hargrove? —preguntó.
Si quería que le diera información de la agencia o de Amber, estaba buscando a la chica equivocada.
—Más te vale soltarme por las buenas —lo amenacé, pero no funcionó: soltó una carcajada. —Señorita Hart, ¿por qué no nos hace el favor a todos y nos dice lo que queremos saber? —insistió. —¿Por qué no me sueltas y hablamos afuera? —contraataqué, pero el tren estaba cada vez más cerca. —Ay, Anahid, los otros cinco me negaron todo y, ¿qué crees? Se murieron —respondió con frialdad.
El tren rugía, ya casi encima. Entré en pánico. Pataleé, intenté levantarme, puse todo mi empeño, pero era inútil.
—¡Corta la maldita cuerda! ¿Por qué necesitas hacer esto? Solo soy una estudiante de primer año que quiso festejar una noche —grité desesperada.