• . . • . ⋆₊⊹Eggsy no es el único candidato para convertirse en el nuevo Lancelot. Harry tiene a su hija, Anahid Hart: letal, brillante y con una lengua tan afilada como sus cuchillos. ¿El problema? El problema es que, aunque tiene todo lo nec...
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—¿Aún no contienen a la mocosa? —la voz del robusto hombre salió brusca y con algo de repulsión.
—"La mocosa" le ha pateado el culo a medio escuadrón —soltó la única chica del equipo con una risa que era más de sarcasmo que de gracia.
El hombre le dirigió una mirada irritada.
—¿Qué quieres decir? —la mirada de desdén que le lanzó no pasó desapercibida por el resto del escuadrón.
—Quiero decir que la chica es muy buena... o que los nuevos escuadrones son una mierda. Tú decide cuál te parece más factible —la voz de la mujer salió clara y monótona, como si estuviera lanzando veneno.
—Yo digo que fue suerte —le restó importancia uno de los hombres.
—Suerte o no, le romperemos el cuello —terció otro. —No —los cortó el jefe del escuadrón—. La quieren viva y entera.
—¿Fuerza no letal contra esa chica? Nos hará mierda —se burló otro de los integrantes del equipo. —El que le ponga un dedo encima se las verá conmigo.
No hizo falta repetirlo: Arlequín ya había dado una orden.
El que le hiciera algo a Anahid Hart lo lamentaría.
Anahid Hart había acabado con la mitad de los escuadrones de la agencia, había dejado fuera de combate a todo el edificio y seguía haciendo de las suyas. Pero, de todas formas, seguían llamándola "niña", "mocosa" o "débil".
Mi puño desnudo impactó contra la cara del hombre con una fuerza tan brutal que me dejó los nudillos escogidos.
El sonido que hacía la carne y los huesos al quebrarse bajo mis golpes me hacía querer más. Lo hice una y otra vez hasta que dejó de moverse, hasta que soltó su último suspiro antes de caer inconsciente.
Lo solté de golpe. El ruido de su cuerpo cayendo me supo a música, mucho más dulce que la alarma que seguía torturándome los oídos.
Había doctores y científicos cuando salí. En cualquier otra misión los evitaría y buscaría escapar. Pero no me importó y arremetí contra todos de igual manera, sin importarme si seguían órdenes o no. Suspire mirando mis manos ensangrentadas, no sabía qué parte de ella era mía y qué parte era ajena.
Lamí mis labios y el sabor metálico inmundo, mis sentidos y mi mente me traicionaron llevándome al recuerdo agridulce de la primera vez que recibí un puñetazo.
—¡Alguien apagué esa maldita cosa!— bramé furiosa al aire, aun sabiendo que era en vano. No quedaba nadie que no estuviera muerto o inconsciente, además de yo.
Las alarmas se apagaron como si un ente superior la hubiese escuchado.
Bufe, mirando moverse al guardia que me había partido, le di una patada con todas mis fuerzas, tumbándole un diente y en el proceso dejándolo inconsciente.