• . . • . ⋆₊⊹Eggsy no es el único candidato para convertirse en el nuevo Lancelot. Harry tiene a su hija, Anahid Hart: letal, brillante y con una lengua tan afilada como sus cuchillos. ¿El problema? El problema es que, aunque tiene todo lo nec...
En una montaña desconocida de Argentina se encontraban unos hombres armados hasta los dientes.
Con horribles planes, tenían a un señor de mediana edad atado, amordazado y con un saco en la cabeza que le impedía observar su ubicación.
Segundos después de una lucha inútil, le quitaron el saco, mostrando a un pobre hombre sedado y enrojecido por el esfuerzo. El secuestrado era el profesor Arnold.
—Lo siento, profesor Arnold, solo será un poco más —se disculpó el criminal mientras le quitaba la cinta de la boca.
—Solo arranque la cinta —dijo el hombre con dificultad.
—Recibí instrucciones estrictas de no herirlo —trató de aligerar el secuestrador.
—Escuche, esto es una equivocación. No puedo pagarles, soy profesor universitario, no tengo dinero —explicó el profesor.
—No se trata de dinero, mi jefe quiere conversar. Él le explicará —dijo el hombre con calma.
—¿Y debo sentirme más tranquilo? —preguntó Arnold con sarcasmo.
—Él llegará pronto, le explicará. ¿Le gusta el whisky? —preguntó genuinamente Cortez. El profesor ladeó la cabeza como respuesta.
—Rojo, tráele la reserva de Dalmort —ordenó Cortez a otro hombre que estaba sentado. Este se levantó y fue a buscarla. Instantes después tocaron la puerta. El que parecía ser el líder hizo un ademán para que guardaran silencio y fue a abrir.
—Supongo que si le pido un poco de azúcar es demasiado, ¿no? —preguntó un hombre con gracia y suma educación.
El guardia intentó sacar su arma, pero el recién llegado —quien más adelante sería conocido como Lancelot— le tomó la mano, le quitó el arma y le disparó.
Comenzó a usarlo de escudo, disparando a los demás con rapidez e impresionante puntería: uno en la cabeza, otro en el ojo, otro en el dedo, y así sucesivamente. Cuando mató al último, cambió el cartucho de su arma.
—Profesor Arnold, he venido aquí por usted —dijo el elegante hombre.
Su semblante cambió cuando escuchó pasos. Se dirigió hacia el ruido, se arrodilló y disparó justo en la cabeza al hombre que traía el trago.
Lo tomó en el aire antes de que cayera al suelo, lo olió y comentó:
—Reserva 62 de Dalmort... sería un pecado derramarla, ¿no lo cree? —dijo mientras se acercaba al profesor.