• . . • . ⋆₊⊹Eggsy no es el único candidato para convertirse en el nuevo Lancelot. Harry tiene a su hija, Anahid Hart: letal, brillante y con una lengua tan afilada como sus cuchillos. ¿El problema? El problema es que, aunque tiene todo lo nec...
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Después de salir de la estación de tren, Harry me llevó a su casa. Me soltó un par de sermones de cómo ser un "caballero", hasta me enseñó a preparar un martini. Lo escuché, sí, pero la mitad del tiempo estaba pensando en Ann. Pasamos un rato bebiendo y después se fue a su cuarto, diciéndome que era seguro que ella viniera a buscar algunas cosas.
Yo intenté dormir... mentira, estuve dando vueltas en la cama como un imbécil.
Sentí que alguien entró en la casa. Me levanté en silencio y la vi: Anahíd, entrando a lo que parecía ser su cuarto. Dejó la puerta entreabierta y me quedé mirando un rato. Se movía rápido, como buscando algo con desesperación. Sonreí. La curiosidad me podía, pero me alejé y bajé al comedor a esperarla.
Cuando la vi bajar, encendí la luz de golpe. —Mierda, casi me da un infarto, te juro que sí, Unwin —me regañó, llevándose una mano al pecho. Venía hacia mí como si fuera a golpearme.
—No estás alerta, culpa tuya —dije levantándome del sillón, disfrutando de la cara que puso. —Ahh, sí, claro, tienes razón, disculpa —me soltó con sarcasmo, dándome la espalda.
—Anahíd —la llamé. Se giró con esa sonrisa fingida suya y un gesto de "dale, habla". Tan jodidamente ella.
—Ann, no te despediste en el metro —le solté, acercándome. Con esos tacones aún seguía siendo más pequeña que yo, y siempre la jodía con eso. Me dio risa solo pensarlo.
—Okey, adiós, Unwin —me dijo seria, entrecerrando los ojos. —¿Unwin? ¿Sigues enojada? —pregunté, acercándome cada vez más hasta quedar a un respiro de ella.
—No, solo me despido, ¿no es lo que querías, Unwin? —me contestó pestañeando exagerado, como si no supiera ni de qué hablaba. Esa manera suya de hacerse la inocente me mataba.
—Cariño... deberías llamarme cariño, o amor, como prefieras —dije bajando la voz y pasando mi mano por su espalda. Ese vestido negro... joder, cómo le quedaba. Le resaltaba cada maldito detalle: el pelo, los ojos, todo. Me dieron ganas de arrancarle todos los espejos de la casa para que solo se mirara en mí. Bajé un poco la mirada y vi los rasguños en sus piernas y en la cara. El cabrón que la había atado no tuvo nada de cuidado con ella.
Ella soltó el bolso y empezó a quitarse los tacones con cara de fastidio. Yo me reí bajo.
—Lo siento, prefiero llamarte Unwin, Eggsy —dijo moviendo las manos como si me estuviera explicando matemáticas. Yo solo la observaba, encantado, con una sonrisa de esas que la sacan de quicio.
—Pero insisto... tarde o temprano vas a querer llamarme cariño, amor o bebé —solté con descaro, sabiendo que la iba a provocar.
—Ohh, quisieras —se burló cruzando los brazos, como si eso fuera a hacerme retroceder.
—Bien, lo pones difícil, dulzura —le dije en un murmullo mientras daba un paso al frente. Le puse una mano en la cintura y con la otra acaricié su pelo hasta llegar a su mejilla. Sentí cómo se le calentaba la piel. Sí, estaba roja, pero orgullosa como siempre, disimulando.
Me acerqué despacio, despacito, disfrutando de cómo me miraba sin apartar los ojos. La tenía justo ahí, lista. Y cuando estaba a punto de probar esos labios... me desvié. La besé en la frente.
Se tensó, sorprendida. Después, sonrió. Junté mi frente con la suya, y en ese momento me rodeó el cuello con sus brazos. Casi me pierdo ahí mismo.
—Nos vemos, Anahíd —susurré, con más ganas de besarla de verdad de las que quería admitir.
Le rocé la mejilla con un beso rápido y me separé antes de que mi autocontrol se fuera a la mierda. Ella agarró su bolso y sus tacones. —Adiós, cariño —dijo lo bastante alto como para que me llegara.
Me quedé mirándola mientras salía. Dios, esa chica me iba a volver loco. Apenas la puerta se cerró, me rasqué la nuca y sonreí como un idiota. La quería demasiado. Y peor aún... ella lo sabía.
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