XV

40 2 0
                                    

Mi respiración había pasado de relajada a un estado de revolución al igual que pasa un Ferrari de 0 a 100 en diez segundos. Estabas empezando a dominar mi cuerpo igual que hace un domador de circo controlando a las fieras con tan sólo un par de movimientos de sus manos.

Su juego era lento, calentando cada parte que me tocaba. Ahora se centra en mi pecho, buscando estimular toda célula que se pone en su camino. Mientras una de sus manos comenzaba a masajear de una forma hábil y delicada uno de mis senos, con la diestra sujetaba el otro mientras eran sus dientes lo que se encargaban de causar pequeñas mordidas entre succiones y besos. Estaba teniendo una forma peculiar de tratarme ahora porque otras veces normalmente ha sido más ruda. Me araña, me muerde y termina rápido para buscar después su propio placer pero la noto tan distinta que mantengo mis ojos cerrados para imaginar que este momento no tiene fin.

Suena un gemido de mis labios a causa de la sensación que me producen las yemas de sus dedos recorrer mi vientre de esa forma tan sutil para agarrar la fina tela que cubría mi sexo. Noté como empezaba a descender lenta y pausadamente sin despegar sus labios de mi piel, dejando un camino de besos que erizaban sin control cada poro que iba arrasando en su trayecto. Empezó a bajar la prenda por mis caderas levantando mis piernas son sumo cuidado para que pudieran recorrer la senda hasta su destino que acaba siendo el lado izquierdo de mi cuarto.

−¿Dónde está la chica fiera que conocí? –susurré como pude al notar el calor quemar mi garganta. No era intenso sino más bien sensual y eso me estaba maravillando.

Posó sus manos en mis empeines y empezó a deslizarlas en dirección a mis muslos para acariciarlos e ir abriendo mis piernas en un ángulo obtuso y así quedar justo entre medias de mis piernas.

Levanté la cabeza para mirar hacia abajo y no logré ver nada a causa de la oscuridad que albergaba mi cuarto. ¿Ahora le gusta con la luz apagada? Sonreía para mí misma y cerré los ojos emitiendo un leve gemido cuando es su aliento el que invade mi sexo sin previo aviso provocando en mí una corriente eléctrica que surca mi espina dorsal. Me mordía el labio esperando impaciente su próximo movimiento y notaba como sus manos seguían acariciando mis piernas mientras esos labios empezaban a posarse sobre mi entrepierna.

Calor y humedad son las dos palabras que pueden definir en conjunto lo que podía sentir en ese preciso momento. Sus besos rigurosos junto con los movimientos delicados de su lengua estaban generando una sensación placentera que pronto se iría intensificando hasta llegar a un clímax que me provocó explotar de placer.

Apreté mis dientes para mitigar mis gemidos mientras sus dedos no me permitían descansar y se siguen adueñando de mi deleite de tal forma que no podía evitar agarrar su cabello y pegarla más a mi intimidad para que no terminara hasta culminar mi goce.

Noté como mis piernas empezaban a temblar y subía sus manos por mis costillas hasta agarrar mis senos y masajearlos de una forma fina y suave dejando que mis uñas se clavasen en su cuero cabelludo.

−Joder... Phoebe, juraría que antes tenías el cabello rojo... −pronuncié entrecortada mientras se separa de mi entrepierna dejando varios besos en ella y empiezas a ascender de una forma paulatina hasta acabar rozando sus labios con los míos sintiendo el sabor de mi propia humedad.

−Prueba otra vez –sientí cómo algo en mí se paraliza al percibir de quién es la voz que acaba de llegar a mis oídos. Cabello largo, piel suave, delicada y unos ojos azules que no podrían pasar desapercibidos−Tú no eres ella...


–¿Me estás diciendo que has soñado como te tirabas a tu paciente creyendo que era tu hermanastra? Helena, me sorprendes cada día más y la psicóloga se supone eres tú. Cariño, necesitas que alguien te haga sesiones a ti porque te estás volviendo majara...

Adentrándome en tu vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora