Introducción

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Llorar
Jesse & Joy, Mario Domm

La vida era una hija de puta.

Extremadamente, sí. Lo era y lo es.

¿Quién diría que apenas seré padre a los diecinueve años? Al principio me parecía algo extremadamente estúpido, hasta le dije a Priscila que abortara.

Pero al momento de ver a mi hija moverse dentro de ella, me arrepentí totalmente de haberla dejado sola al principio.

Hemos vivido juntos los últimos meses, tomé la responsabilidad de ser padre y con el tiempo me fui enamorando de ella. Éramos una pareja normal, pero luego de convivir más, me empezó a gustar mucho más.

Unos brazos me rodean por detrás y esbozo una media sonrisa.

—¿Por qué no me dijiste qué llegaste?

—Me quedé distraído revisando la correspondencia —tiro los papeles en la repisa—. ¿Cómo estás?

—Bien, pero no tan bien porque no estás aquí —me voltea para que la encare—. Te extrañamos.

—También las extrañé —acaricio su vientre—. No quiero que les falte nada, Priscila. Por eso duro todo el día trabajando.

Ella resopla y sostiene una de mis mejillas.

–Gracias... por no dejarme sola.

—Nunca lo haré.

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Corro a la habitación cuando escucho los fuertes gritos de Priscila, lo primero que veo es como un líquido se desliza por sus piernas y ella está apoyada del gavetero, ahogándose en dolor.

—¿¡Estás bien?!

Niega.

—Llévame al hospital, Dante—la sostengo y la llevo hasta la salida— S-se me rompió la fuente.

Tomé el primer taxi que vi en la calle y se encargó de llegar rápidamente al hospital. Es de noche, así que las calles están vacías y se hizo más fácil el trayecto.

Priscila estuvo llorando y gritando todo el camino, lo único que pude hacer fue ofrecerle mi mano mientras tenía contracciones. Estoy aterrado.

Lograron socorrerla al mismo instante y la llevaron a la sala de parto, yo mientras tanto, me estaba poniendo la ropa que me ofrecieron para poder entrar.

Tomo un largo suspiro y entro, encontrando a Priscila suspirando con la boca entreabierta y mirando al techo. Una lágrima cae por su rostro sin parpadear y me acerco a ella, con un desdén de nerviosismo.

—¿Por qué lloras? —da un respingo y quita sus lágrimas para luego sonreír.

—No me di cuenta cuando entraste, cariño —me ofrece su mano y se la doy—. Todo estará bien ¿sí?

—¿Por qué me dices esto?

—Es solo para darte alientos, el parto será muy difícil. Sabes que estaba en riesgo.

—No te preocupes, tu embarazo se ha mantenido estable y yo no te dejé sola.

—Al principio lo hiciste...

—Lo sé, y lo siento —beso el dorso de su mano—. Te quiero, Priscila. Siempre te querré.

Ella está por responder, pero en ese mismo instante aparece la doctora y las enfermeras.

—Ya es hora del parto. ¿Estás preparada?

Ella no responde y eso me preocupa un poco, la noto demasiado frustrada, pero mejor lo hablamos luego del parto.

El jodido Karma de DanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora