28.

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La alarma sonó tan fuerte que Mar se cayó de la cama golpeándose el trasero.

Esta se quejó y se acarició sus posaderas mientras se levantaba. Estaba tan despeinada que parecía que había tenido una pelea a muerte con un león.

Se había acostado tarde por estar hablando con Jimin y no tenía energías ni para pestañear, pero tenía que moverse si no quería hacer esperar a su secretario.

Hacía meses que su esposa había sido hospitalizada, y como ambos tenían turno de tarde, iban a aprovechar para hacerle una visita.

Tras pensárselo mucho, se dirigió al baño y se lavó la cara con jabón para no parecer una zombie.

Se miró al espejo y al asegurarse de que ya no tenía más lagañas pegadas a los ojos se marchó a la cocina para hacerse de desayunar.

Debía apresurarse o le iba a coger el toro, el señor Kim era igual de puntual que ella, solo que él no se había pegado tantas horas hablando con Jimin por mensaje.

Desayunó tan rápido como sus dientes le permitieron y se marchó a su cuarto para vestirse. Al terminar se miró al espejo mientras se pasaba el peine por el pelo, y sonrió, por primera vez en mucho tiempo, se empezó a sentir cómoda con su aspecto. 



— ¡Buenos días señor Kim! — saludó al verlo esperando en el coche.

¬— Buenas señorita Mar, ¿ha desayunado?

La chica asintió para después meterse en el coche del hombre y fueron hacia el hospital.

El trayecto no fue muy largo, en unos minutos ya habían llegado y ambos bajaron del coche para entrar en aquel edificio.

Al entrar por la puerta se veían muchas personas, unas en la sala de espera, otras llevando camas de enfermos, dos personas en silla de ruedas.

Kim Won-hae se mostraba algo triste, parecía que había estado allí muchas veces y que cada vez que iba se deprimía más.

Si algo era cierto es que estaba algo más delgado de lo usual y que su miraba estaba algo perdida, nunca le había comentado cómo se sentía a Mar porque pensaba que ya tenía demasiadas cosas encima, pero necesitaba alguien con quien hablar. A parte de su esposa y unos pocos amigos que tenía en el trabajo, estaba solo, no solía confiar mucho en los demás, menos cuando había alguien tan peligroso como un secuestrador suelto por ahí y una empleada corrupta como Natalie.

Llegaron al cuarto de la señora Kim y ambos entraron después de llamar a la puerta. Había una enfermera a su lado cambiándole el suero que les saludó antes de marcharse.

— Hola cariño, mira quién ha venido hoy. — le dijo el señor Kim a su esposa de la manera más dulce que pudo y se hizo a un lado para que viese a Mar.

— ¡Oh, Mar! ¡Cuánto tiempo cielo! — exclamó la mujer al ver a la muchacha. Esta se acercó a ella lentamente y la observó detenidamente, no se veía nada bien. Estaba en los huesos, con la piel tan pero tan pálida que parecía un fantasma. Su pelo era más gris que nunca y parecía algo estropajoso. Llevaba una bata de hospital y a pesar de que no hacía mucho frío estaba tapada hasta las caderas y su cama estaba llena de mantas que antes solían estar en la butaca que tenían en su casa. Mar no pensaba que estuviera de aquella forma y empezó a sentir un nudo en la garganta, esperaba que solo fuera un tiempo el que estuviera allí y que luego se recuperase.

— Sí, sí. Demasiado...— contestó algo apagada. Le dolía ver a alguien tan buena como la señora Kim en aquellas condiciones.

— Yo voy a desayunar algo, os dejo solas chicas. — se despidió con algo de pena su marido y se marchó de la habitación.

Mi ángel guardián Donde viven las historias. Descúbrelo ahora