XXIII

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— Si ya, claro, no bromees, sabes que no me interesa nada que tengas que decir. — La voz de Sabrina sonaba indecisa y rota

— ¿Cómo podía bromear con esto? Necesito verte.

— No, no quiero verte, no voy a hacerlo.

Miranda se mantenía al margen por respeto pero la situación cada vez empeoraba más y más haciéndole imposible no reaccionar o intentar defender a la alfa.

— Sé que no puedes resistir, puedo sentirte.

— BASTA. —Gritó al teléfono. — No sientes nada, deja de molestar, no te quiero en mi cabeza.

Y eso terminó la llamada de una forma un tanto abrupta.

— ¿En verdad se atrevió a llamar?

— Dijo que me extrañaba y necesitaba verme. — Escupió viéndose obviamente molesta. — ¡Pero si la última vez que lo vi su novio me mandó directo al hospital!

— ¿Pero si quieres verlo cierto? Puedo sentirlo.

— No, no quiero. —Y decía la verdad. —No estoy feliz o siquiera emocionada, estoy alterada y por supuesto que enojada y bueno... asustada, si, más asustada que otra cosa ¿Si vuelven a hacerme algo malo? ¿Por qué tenía que llegar justo cuando la terapia esta funcionando?

— ¿Qué podrían hacerte? Ahora estamos juntas, si en verdad tiene tantas ganas de verte entonces que nos vea a las dos.

— Pero si yo lo veo... no quiero hacerlo, no quiero tener a Agustín cerca de mí.

— Haremos lo que tú quieras entonces.

No iría, le dolía demasiado como para hacerse eso a sí misma, no después de cuatro meses en terapia y con medicamentos, no cuando por fin podía dormir tranquila, cuando se había atrevido a ir a entrevistas de trabajo nuevamente.

— Dijimos que estaríamos en casa, eso haremos, te ayudaré a terminar tu trabajo y luego descansaremos juntas.

— Suena muy bien tu plan.

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— ¿Puedes traerme un té por favor?

— Un té de frambuesa a la orden. — Ese era el favorito de la omega.

Sabrina estaba cansada de trabajar, aunque en realidad habían pasado más tiempo del que les gustaría admitir llenándose de mimos y abrazos después de la llamada de la mañana.

Con una melodía pegada en la cabeza comenzó a calentar el agua en su vieja tetera y aprovechó para preparar algo para cenar, un postre más que una verdadera cena en realidad. Seguro que Miranda también estaba cansada, no parecía ser un trabajo sencillo, es especial este. La omega salió de la habitación con una sonrisa tonta, abrazó por la cintura a Sabrina y dejó caer todo su peso sobre esta.

— Pensé que querías que te llevara tu té.

— Me cansé de espera. — Tomó su teléfono y lo mostró a la alfa. —Además encontré esto.

Un promocional sobre su siguiente pelea de robots, faltaban pocos días para esta.

— Ni me lo recuerdes, soy un desastre, no puedo terminar con los acabados y esta vez me enfrentaré a personas mucho más profesionales.

— No le tengas miedo, emociónate, será una gran experiencia.

— Ya, más le vale serlo.

Las cosas comenzaban a subir de tono y lo hacían rápido hasta que el timbre del departamento sonó como loco.

— ¿Qué estúpido toca de esa forma el timbre a esta hora?

— Tranquila, quizá sea algo importante. — La alfa era un poco más sensata, no se dejaba llevar por sus emociones.

Intentó caminar hasta la puerta pero Miranda se negó a soltarla y de una forma poco cómoda llegaron las dos a la puerta abrazadas. Sabrina abrió sin preocuparse demasiado, quizá por eso la sorpresa fue tan grande.

— Mamá... ¿Q-qué haces aquí?

— ¡Tienes un omega y lo dejas abandonado!

Miranda notó de inmediato el dolor, el miedo que sentía su alfa, no necesitaba el lazo para saberlo, tan solo necesitaba escuchar su voz tartamudear.

— No tengo un omega, M-Miranda es mi omega.

— ¡Maldita sea Sabrina! —La alfa no pudo siquiera mantener la cabeza en alto ante tal grito. — ¡Ese tal Agustín habló conmigo! Está viniendo hacia acá en este momento.

— Ese idiota no entrará en mi casa. — Respondió Miranda.

Sabrina detuvo a su omega, el terror en su cuerpo era mayor a cualquier lógica, además las palabras de su madre siempre habían sido importantes y por mucho que quisiera ocultarlo o fingir que ya no le importaba era claro que seguían afectándole.

— No t-tengo nada que ver con él. — Después de mucho tiempo nuevamente tartamudeaba con cada frase.

— Hay muchas cosas de las que hablar.

La mujer entró sin una invitación, caminó hasta el comedor y se sentó esperando a ser atendida igual que como era en su propia casa. Sabrina quería hacerlo pero una mirada tierna de su omega la hizo entrar en razón, por lo menos en eso.

— ¿Puedes decirme que sucede mamá?

— Claro, actúa como idiota frente a esta omega pero lo que le hiciste a Agustín no tiene nombre.

Su pecho dolía al mencionar el nombre de aquel omega, quemaba, su instinto gritaba que no le permitiera a una omega hablarle de esa manera ni a ella pero sobre todo a Miranda.

— ¿Q-Qué se supone que le hice?

— Esperaremos a que llegue. — Sentenció.

Sabrina dirigió su triste mirada a Miranda gritando por auxilio, no quería volver a tener otro ataque de ansiedad, no en ese momento al menos. La omega lo entendió así que caminó con seguridad hasta llegar al sofá donde se sentaron las dos en medio de un cálido abrazo.

— Tranquila, se irán pronto y nosotras podremos seguir trabajando tranquilamente, te juro que después de esto nos iremos de vacaciones.

— ¿Cómo averiguó donde vivimos?

— No tengo idea, pero no importa, vamos a estar bien, esto pasará. — La omega tomó la mano de Sabrina enredando sus dedos uno a uno. —Si en algún punto te sientes muy incómoda o sientes que tendrás un ataque de pánico solo dímelo y dejaré de contenerme, todos se irán de casa más rápido de lo que llegaron.

Pero no quería que sacar a nadie, quería hablar, saber que sucedía y quizá poder hacer algo que la dejara tranquila respecto a todo lo que vivió desde que era un niña.

La puerta del departamento sonó indicando que por fin la temida conversación estaba por empezar. La madre de Sabrina no esperó a que abrieran la puerta y ella misma se puso de pie para hacerlo, tenía prisa por lograr su objetivo, sacar a su hija de una vez por todas de esa vida, que volviera a casa y todo fuera como antes, en resumen, quería controlarla de nuevo, esa era su extraña y retorcida forma de amor.

El olor del omega que entró al departamento alertó de inmediato a Miranda incluso cuando todavía no podía verlo ya que se escondía detrás de la madre de Sabrina, en cambio la propia Sabrina aún no podía oler nada, solo sentía la incomodidad de su omega pero poco más.

Agustín por fin tomó el valor necesario para mostrarse frente a ambas chicas y escondiendo la mirada en sus zapatos caminó hasta frenar unos pocos pasos atrás de la pareja.

El omega estaba embarazado.

Déjame amarte (Omegaverse GL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora