Capítulo XXXII

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14 de noviembre de 1561.
2:14 p.m.

C h a r l e s  d e  V a l o i s .

















    No han habido muchas buenas noticias durante estas semanas, más bien todo ha sido aburrido. Muchos documentos que firmar y por suerte pura Inglaterra no nos declaró la guerra, posiblemente por una carta de Katherine dado que ella es sobrina de la reina. Aún me cuesta entender qué me pasó ése día cuando llegué a Granville.

    Tengo bastantes dudas para ser sincero.

    Oigo unas risas a mi derecha, y veo a Katherine y a su prima de la que tanto ha hablado, Elisabeth, la archiduquesa de Austria; quienes pasean por los jardines igual que yo. Cuando mi esposa llegó a Francia una de las primeras cosas fue hablarme de ella, y en estas semanas pasé por Sedán para negociar con uno de los lords.

    Ella claramente no me reconoció, de hecho creo que ni siquiera me vio porque yo estaba a lo lejos —y sin una corona que pudiera ayudarle a saber quién soy de haberme visto,— pero yo sí que la vi y en definitiva es hermosa, Felix tenía razón cuando la comparó con un ángel. Sin embargo Kat es inigualable.

—Su Majestad —oigo la voz de Narcisse, lo que me hace voltearme hacia el canciller.

—¿Qué ocurre? —pregunto desinteresado.

—Nada, sólo quise hablar sobre la ida de esa chica, su amante... ¿Cómo era que se llamaba? —frunce el ceño disimuladamente, como si en verdad no hubiera hablado con ella en lo absoluto.

    Aunque yo ya sé que eso no es cierto.

—María, como la prima de Katherine, la viuda de mi hermano —y de hecho no miento, porque su primer nombre no es Nicole... sino Marie, pero se supone que ella proviene de España según el resto de la corte.

—Cierto —da una sonrisa cerrada—. Es extraño que se fuera así de la nada a Imericia.

—En realidad no, ella se fue porque la noche anterior unos hugonotes intentaron infiltrarse en el castillo para matarme por no liberar a los rehenes, pero llegaron a su habitación y no a la mía o a la de Katherine —explico, casi encogiéndome de hombros—. Sé perfectamente lo que se siente y mi novia también, así que ella decidió enviar a María con lady Kenna.

—Por supuesto —asiente con su clásico tono monótono—. Aunque también es... curioso el que Katerina siga siendo tu novia.

—¿Qué te digo, Narcisse? Soy mejor con las señoritas de lo que crees —sonrío socarrón.

    Tal vez porque estoy enfocado en solo una señorita.

—Claro que sí, Majestad. Pero yo sería mucho más disimulado si quisiera mirar a otras señoritas —me sugiere, acercándose para susurrármelo al oído—. No vaya a ser que suceda de nuevo la discusión de la otra vez.

    Y se retira, dejándome con las ganas de reír contenidas. Yo nunca engañaría a Katherine, mucho menos con una de sus primas, y aún de hacerlo dudo mucho que Elisabeth me siga la corriente considerando que es una devota al catolicismo casi tanto como mi hermana que lleva casualmente el mismo nombre. Sólo necesité esperar un par de segundos para acercarme a la rubia y a la bermejiza.

—Hola, hermosa —saludo a Katherine—. ¿Cómo están los jardines, archiduquesa? ¿Son de su agrado?

    La ojigris me sonríe antes de que yo tomara su mano para besar su dorso, mientras que Elisabeth sólo se reverencia con una pequeña risa nerviosa.

—Intenta no hablar tan rápido, Charles, ahora es que está aprendiendo francés la pobrecita —me responde la española para luego traducirle a su prima lo que dije, quien me responde en alemán y Kat se ríe una vez que ve que no la entiendo.

Después del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora