Capítulo XXXIII

34 3 27
                                    

6 de diciembre de 1561.
9:03 a.m.

K a t h e r i n e  d e  A u s t r i a .


















    Mi subconsciente no deja de atormentarme a través de mis sueños desde que soñé esa posible visión en la que Charles elegía a Nicole en vez de a mí, y mi mente no me ayuda demasiado por decir lo menos.

    Mucho menos me ayudan las vibras, sensaciones que percibo desde mucho antes de haber visto a los muertos por primera vez —pues el don nunca se me mostró tan explícitamente hasta que murió Ricardo—, que me confirman lo que pienso sobre el rubio.

    Henri ha causado esta masacre y ha inculpado a Charles para ganarse el favor de los nobles tanto franceses como españoles, eso lo tengo confirmado al cien por ciento, sin embargo no hay forma de poder probarlo aparte de su aspecto durante aquel desayuno familiar.

    Y como si fuera poco, oí que también confiscó unos buques ingleses hace unos días en nombre de este país... que serán utilizados únicamente para su propio beneficio.

    Mi esposo se encuentra en París, esta vez para hablar sobre lo sucedido en Granville junto a unos falsos testigos que contrató Narcisse para asegurar la nueva versión de los hechos, y no nos sorprende en lo absoluto que mi tía Elizabeth —no necesito recalcar que es la tía Tudor por obvias razones— mande a un diplomático para poder solucionar todo esto.

    Gideon Blackburn, lo recuerdo porque ayudó a impedir la boda de Mary con mi primo Carlos. Pero eso no es todo.

    Por alguna razón cierto príncipe de dorados cabellos y ojos tan azulados como los de su hermano Francis quiso citarme en su cuarto, lo cual ciertamente es la parte más extraña de todo el asunto considerando todo el contexto, el resto es bastante obvio. Sus razones, incluso la hora en la que la sirvienta me contó que fuera.

    Y dada la casualidad de que según Floyd no ha pasado mucho desde su última conversación con Narcisse y Catalina...

    ... Quienes le dijeron —aunque queda implícito que fue una orden— que se aparte lo más que pueda de la negociación con Blackburn.

¿Solicitabas mi presencia? —pregunto luego de cerrar la puerta cuando noto algo que no me gusta nada.

    Su torso está expuesto por completo, razón para voltearme y así evitar ver demasiado. Maldición, lo que suponía el día en que lo conocí es cierto, posee una muy buena musculatura. No demasiada en proporción con su cuerpo, pero sí se ve bastante fuerte... "¡Cállate, Katherine!"

    Y el muy descarado se ríe.

¡Deberías ver tu cara! Jamás te vi tan roja, tu cara parece una mancha carmesí gigantesca, y tu cabello no te ayuda —rompe a carcajadas—. Ya voltéate, estoy vestido.

No del todo —remarco.

Claro que sí —casi exclama, aún recuperándose de su ataque de risa—, voltéate.

    A regañadientes le obedezco, viendo que decía la verdad. Se acaba de colocar una camisa blanca.

¿Ves? Si no fuéramos amigos ni supiera de tu amor por el idiota de mi hermano, diría que te gusto —esboza su clásica sonrisa maquiavélica—; lo cual nos sería muy conveniente a decir verdad —puntualiza—. Toma asiento.

    Es un hecho el que no somos muy amigos viendo las circunstancias que ha traído desde que llegó, pero es mejor dejarlo pensar tal cosa por mera conveniencia. Aunque puede que lo haya considerado así en el pasado, algo me dice que me llevaba bien con él cuando llegué a la corte, aunque no tanto como con su hermano mayor.

Después del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora