Capítulo IV

82 4 17
                                    

22 de diciembre de 1560.
7:45 a.m.

K a t h e r i n e  d e  A u s t r i a .










    Siento unas manos suaves encima de mí, lo cual es algo extraño para mí pero el toque se siente cómodo, cálido, e incluso me da un curioso escalofrío. No la clase de escalofrío que siento cuando toco a alguien por primera vez y me doy cuenta de que ya le había conocido antes como pasó con Bash, Claude, Catherine, Lola, Greer y Kenna; por supuesto que no, sino una clase de escalofrío diferente.

    Como si lo que tuve con quien fuera el dueño de estas manos ha sido algo más íntimo que sólo una amistad.

    Abro los ojos y pronto me doy cuenta de que las manos no tienen dueño, sino dueña, una chica de pelo rubio y ojos verdosos, pero con facciones mucho más suaves que las de Greer. En definitiva no parecen hermanas o siquiera primas, si es que tienen algún parentesco.

    Ella me sonríe de una manera que no puedo describir, sólo sé que dicha sonrisa es genuina y se acerca a mí para besarme, algo que me da una sensación muy poderosa que me hace sentir de todo menos incomodidad o asco.

    Lo más curioso es que ese hecho no me molesta, sino que me emociona por alguna razón que desconozco, pero el desconocer esa razón no me causa pánico, lo cual extrañamente me alivia aunque decido dejar de tomarle importancia a eso. Porque si lo que creo resulta ser verdad, entonces con esta chica he tenido lo que es el inicio de un romance...

    ... O algo parecido, lo que me emociona porque significa que la razón de mi sentir es que, en algún momento, he sido capaz de superar mi miedo más grande aparte del contacto físico o la oscuridad.

    El no llegar a ser amada nunca, cosa que creí cierta durante tantos años y ahora resulta que estoy felizmente equivocada.

    Mi instinto me decía que no bajara la mirada, pero yo no le obedezco. Noto que ella está desnuda, y al mirar más abajo noto que yo también lo estoy, por lo que mi respiración empieza a ponerse cada vez más rápida. Pero ya no es por emoción.

    Entonces ella se detiene, supongo que notó lo que me está sucediendo y, como si supiera de estas cosas, procede a acariciarme el pelo con suavidad, con mucho cuidado y cariño, como si ella tuviera miedo de que yo me asustara.

Descuida, Kat, soy yo, Aylee —me dice en un no muy fluido español para calmarme haciendo que la mire de nuevo a los ojos, y lo consigue—. No voy a hacerte daño... No seguiré si no quieres seguir.

    Nadie nunca me había llamado «Kat» en mi vida, pero algo me dice que confíe en ella, por lo cual asiento y dejo que siga, cerrando los ojos y entregándome a las sensaciones que esta chica Aylee me hace sentir.

    Ella era tan inexperta como yo, se notaba pues la sangre acumulada en sus mejillas la delata al igual que a mí, pero eso no nos detiene, y aún así llego a mencionar su nombre en una forma que nunca había hecho antes. Decido besarla por un corto segundo, algo que la hace sonreír y besarme de vuelta antes de seguir con lo suyo.

 Decido besarla por un corto segundo, algo que la hace sonreír y besarme de vuelta antes de seguir con lo suyo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Después del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora