Capítulo XIX

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20 de agosto de 1561.
2:35 p.m.

C h a r l e s  d e  V a l o i s .

















—Sigue hablándome, Katherine —ruego mientras sigo cargándola hacia donde vimos que hay un curandero—. Por favor, no pares de hablar, así sabré que sigues viva. O al menos respira fuerte contra mi pecho... pero no me dejes.

    Ladeo la cabeza para verla un momento, aún cuando lo que más ve la gente es a mí por el hecho de que estoy todo cubierto de sangre... y después a ella por tener una flecha incrustada en la boca del estómago, en serio que todo ha sucedido de una forma que debido al tan repentino caos aún no sé explicar en lo absoluto.

    Sólo sé que todo el pueblo conspira en contra mía por la trágica muerte de un niño cuya existencia desconocía hasta que empezaron los rumores, los cuales dicen que soy una bestia come niños, un asesino.

    Un rey cuyo estado mental es bastante pobre, lo que es irónico por así decirlo.

    He corrido lo más rápido que puedo y al mismo tiempo tan cuidadosamente posible para que no se vea más afectada aún la herida de flecha que tiene la bermejiza, quien sólo me mira con una sonrisa, con esos ojos tan grises como las nubes en este momento pero casi tan brillantes como el sol debido a las lágrimas que alguna vez ha contenido debido al dolor; aún en este momento; y mueve una de sus manos para acariciar mi cabello, lo cual me sorprende considerando que una herida como esa provoca un dolor absoluto que usualmente impide el movimiento.

    Pero sólo hace eso antes de toser más.

Mejor, auch, sigue... caminando... Por favor —me pide en su idioma natal, al parecer tanto es el dolor que no se siente capaz de hablar en francés por el momento.

    O de hablar en general, pues su voz empieza a ser menos audible para mis oídos, lo cual me preocupa.

    No quiero que se vaya, no cuando por fin estamos intentando hacer lo mejor no sólo por Francia, sino también por nosotros. No puede irse ahora que la tengo de vuelta, con o sin recuerdos.

—Tranquila, Kat, estamos cerca —intento persuadirla—. Estamos a tan sólo unos pocos pasos, Katherine —hago mi mayor esfuerzo por sonreír—. Ya casi llegamos, sigue así, sigue estando aquí.

    La veo asentir con algo de dolor antes de seguir caminando, por lo que me conformo con mirar al frente y avanzar como lo hacía antes mientras aún la siento respirar contra mi pecho tan profundo como puede.

   Sin embargo, justo cuando llego a la puerta de esa clase de hospital para aldeanos, noto que ya no la siento moverse en lo absoluto, no la siento respirar contra mi cuello o siquiera contra mi pecho, aunque su mano aún sigue agarrando la muñeca de su otro brazo, el cual en su mano tiene mi corona.

    Pienso lo peor instantáneamente, por lo que me apuro para mirarla.

—¿Kat? —ladeo mi cabeza hacia ella de nuevo, encontrándola con los ojos cerrados y la boca semiabierta—. Katherine, por favor, abre los ojos, por favor... Por favor, ábrelos, no puedo perderte, ¡no a ti!

    Acaricio su mejilla desesperado, y luego de unos segundos ella me mira soltando una pequeña queja, tal vez en mi desesperación me moví de más y empeoré un poco su agonía. Más de lo que ya lo está.

—... Menos mal —suspiro aliviado—. Por favor no vuelvas a hacerme eso. Y hablando de todo esto... ¿Por qué lo hiciste?

—¿Hacer qué? —pregunta luego de un hondo respiro.

Después del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora