Capítulo XLIV

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03 de junio de 1574.
8:00 a.m.

K a t h e r i n e  d e  A u s t r i a .















    Treinta de mayo.

    El pasado treinta de mayo es cuando mi corazón finalmente se resquebrajó una vez más, cuando Charles cedió ante su enfermedad, ante su agonía durante una siesta que ambos tomábamos cuando se estaba mejorando. El médico que nos sugirió el viaje apenas se enteró fue a Vincennes a confirmar la autopsia ya hecha para acallar los rumores de que había sido envenenado, y sólo confirmó lo que mi esposo me había confesado poco tiempo antes de morir.

    Había recaído mientras dormía, y no era la primera vez que se enfermaba de esta neumonía tuberculosa, pero esta vez vino con creces a llevárselo de una u otra manera.

    Apenas han pasado unos cuántos días, y aún cuando disimuló bastante en el funeral, Catalina no ha ocultado demasiado su desconcierto hacia mí. Yo me había propuesto el terminar de quitarle el hechizo que ella le hizo para fortalecerlo, un hechizo que por poco no lo volvió loco de verdad, y me advirtieron que desde el momento en que se mermaran los efectos quizá podría sufrir unas cuántas consecuencias.

    Lo que significa que todo esto es mi culpa. Yo, sin quererlo, maté a mi esposo en busca de anular lo que hizo mi suegra.

    Apenas sí he podido dormir las noches siguientes, y eso sin mencionar la reacción del alma de Charles cuando por fin se lo dije. Se quedó callado durante toda mi explicación y dijo que me comprendía, pero desde entonces no ha vuelto a aparecer. De todos modos, si hubiera sido al revés, creo que yo también habría hecho lo mismo.

    Hice lo que hice, y fue un error. Una decisión que no me correspondía y ahora es que lo veo.

    Lo último que me dijo antes de no volver más es que intentara no beber vino ni buscar la biblia envenenada de su padre —lo que implica que Catalina todavía no la ha quemado—, más que nada para evitar que yo olvide otra vez. Piense lo que piense ahora de mí, no quiere que vuelva a repetir la historia. Aunque desde ese día siempre he tenido una pregunta que jamás me interesé en formular muchas veces.

    ¿Por qué agarré esa biblia sabiendo que estaba envenenada y bebí toda una botella de vino? ¿Acaso la desesperación me había consumido y quería ver cómo el veneno repercutaría en mí?

    No creo que haya sido para volver al catolicismo, eso lo dudo mucho. Tampoco creo que sea lo que más pienso, o lo que Catalina pensó. Según entiendo, a Henry le hizo lo mismo que lo que el hechizo le hizo a Charles excepto que mucho peor; mientras que con Catalina... ella empezaba a ver gente muerta donde no la había: Su hija Victoire acusando a Claude de asesinarla y exigiendo venganza, y Henry siguiéndola a donde fuera.

    En conclusión, no sabía lo que iba a pasarme a mí. Quizá hubiera potenciado mi don, o me habría perdido en la demencia para siempre. Pero yo no me arriesgaría a dejar que el azar eligiera mi futuro, a menos que...

    ... A menos que no lo haya hecho.

—Yo también pienso que fue un accidente —comenta Floyd a mi lado—. Tienes suerte de que no te espien y estés en tus aposentos, en serio.

   Río un poco.

—Hace un tiempo que no me pasa —revelo.

—Claro —rueda los ojos.

—Aunque... Tú una vez me dijiste que yo veía a Catalina como una mentora más que como una madre al principio, cuando empezamos todo esto, cuando llegamos aquí la primera vez —frunzo el ceño—. ¿Y si es lo que ahora creo que es?

Después del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora